Nómadas y viajantes
Boris Kaput Johnson
Que el primer ministro se saltara las medidas de confinamiento impuestas a sus compatriotas en media docena de fiestas en su residencia oficial es grave, pero lo es más que se creyera impune.
Ramón Lobo
Periodista
Periodista
Boris Johnson vive sumido en una realidad alternativa permanente. Su único fin es sobrevivir como primer ministro del Reino Unido. Se subió al carro del Brexit por interés, convencido de que era lo mejor para su carrera, la manera más rápida de llegar al numero 10 de Downing Street, objetivo que logró el 24 de julio de 2019. Es un prestidigitador sin otra ideología que su ego. Es un conservador inteligente, pero de vuelo corto, sin carta de navegación.
Johnson no pretende realizar cambios estructurales como Margaret Thatcher, ni siquiera busca subvertir la democracia como sus colegas estadounidenses del Partido Republicano. Es solo un mentiroso compulsivo, un incompetente arrogante. Así le califican los medios de comunicación de su país. Se puede mentir alguna vez y salir airoso en una sociedad sin memoria, pero no se puede mentir todos los días sin que haya consecuencias. La paciencia tiene un límite, sobre todo en medio de una pandemia.
Las fiestas pandémicas de Johnson
El Reino Unido supera los 150.000 muertos por covid, la mayoría en Inglaterra, el caladero de votos de los tories. Que el primer ministro se saltara las medidas de confinamiento impuestas a sus compatriotas en media docena de fiestas en su residencia oficial es grave, pero lo es más que se creyera impune.
Johnson no ha parado de mentir en este asunto. Sobre la primera fiesta conocida, en las navidades de 2020, afirmó que nunca había existido, que era un invento de los tabloides. Unas fotos le desmintieron. Entonces dijo que no había sabido de su existencia. Se resolvió con una dimisión menor y una declaración en el Parlamento para pedir disculpas al pueblo británico.
Unas nuevas fotos mostraron la existencia de una fiesta anterior en los jardines de Downing Street, con el primer ministro en ella. Fue el 15 de mayo de 2020. Johnson dijo que se trató de una reunión de trabajo. En esa cita corrió el vino. Cinco días después, su secretario privado convocó por email a cien personas a tomar copas y disfrutar del buen tiempo en los mismos jardines. Acudieron 40, entre ellas Johnson. El correo llegó a la prensa. En mayo de 2020, el resto de los británicos solo podían interactuar con una persona al aire libre y en lugar público.
La revista The Economist afirma que Boris Johnson siempre fue la persona equivocada para ocupar el cargo. The National, un medio escocés pro independentista, le llama “Mentiroso” en su primera página. La prensa sensacionalista habla del escándalo Partygate y se ceba en cada detalle. Las encuestas indican que los laboristas llevan 10 puntos de ventaja.
Dimisión
Algunos diputados conservadores han hablado de dimisión, pero son 360 en la Cámara de los Comunes. Para activar el proceso de censura interna se necesitan 54 cartas firmadas. Después, decide la mayoría. Hay una norma medieval: el primero que blande la espada no se ciñe la corona. Por eso, las figuras del partido se mantienen a la expectativa.
Los ministros cierran filas con su jefe, luchan por salvar sus puestos. Muchos de los diputados que dieron la cara tras la publicación del primer escándalo, el de navidades de 2020, se sienten incómodos en sus circunscripciones. En la calle hay enfado. El 56% de los encuestados quiere que Johnson se vaya de inmediato, según YouGov. Su índice de aprobación es más bajo que el de Theresa May cuando dejó el puesto.
El caso está en manos de Sue Gray, número dos de la Oficina del Primer Ministro que, pese al nombre del cargo es una alta funcionaria que actúa con independencia. Tiene fama de honesta y estricta. Está al frente de las investigaciones sobre las fiestas. Reemplazó a su jefe, Simon Case, que tuvo que renunciar ante las noticias de que en sus locales también hubo fiestas. De su informe pende la suerte de Johnson.
Su caída podría ser una buena noticia para la UE, o pésima depende de quién le sustituya. Hay brexiters que quieren volar todos los puentes con Europa, incluso el acuerdo de Irlanda del Norte. El Reino Unido vive una crisis de identidad, en la que todo este espectáculo es solo una parte. Como lo es el escándalo sexual del príncipe Andrew, ya caído en desgracia.
Escocia, que votó seguir en la Unión Europea, espera su oportunidad para separarse del Reino Unido. Irlanda de Norte, que también votó seguir en la UE, paga un alto precio económico. Todo fluye hacia una futura unión con la República de Irlanda. La Inglaterra conservadora y tradicional se quedará sola, o con Gales, el hermano pobre de un imperio que ya solo existe en la imaginación de los guionistas de James Bond.
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