BARRACA Y TANGANA
Ahora qué hacemos
Muy a favor del árbitro que pitó el final del partido antes de tiempo. Ojalá cada mes cinco minutos menos hasta que un día sin darnos cuenta alcancemos el cero
Enrique Ballester
Periodista
En una realidad alternativa, de pequeño me regalan una raqueta de squash en lugar de una pelota de fútbol. En una plácida existencia, de niño me llevan de visita al zoo, de picnic a un pinar o de viaje a Talavera, con una gorrita con visera, y no al campo de fútbol de mi ciudad aka matadero, las vallas, los focos y el cemento. En esa vida paralela, mis padres no me compran el álbum de cromos de aquel mundial, sino un juguete para compartir, uno de experimentos educativos con medidores, botecitos y probetas, un productivo entretenimiento. En esos días que no son ni fueron, ni me distraigo ni pierdo el tiempo conociendo todas las plantillas, todos los presidentes, los estadios y los terceros porteros, y me convierto al fin en un adulto útil, respetable y de provecho.
En esa realidad alternativa, sencilla de veras, esta columna no existe y nosotros no nos conocemos. Por el camino he evitado infinidad de horas de sufrimiento, he esquivado unos cuantos golpes absurdos y he ahorrado también decenas de miles de euros.
Pero como la realidad fue otra, y como tampoco sabemos dejar el fútbol, aún y ahora, necesitamos la ayuda de colaboradores externos. Esta semana leí que un árbitro de la Copa de África pitó el final de un partido en el minuto 85. No sé qué ocurrió exactamente, porque solo leí el titular de la noticia, pero con saber eso ya tenía suficiente. De hecho, evité conocer la verdad de manera preventiva, por si acaso, porque el titular me venía perfecto. Porque justamente necesito eso.
Estoy muy a favor de que los árbitros piten el final de los partidos antes de tiempo. Si este árbitro heroico lo hizo en el minuto 85, el siguiente que lo haga en el 80. Poco a poco iremos ganando minutos a la vida, invirtiendo en paz mental, y del 80 pasaremos al 75 y así de rato en rato, cada mes cinco minutos menos, hasta que un día sin darnos cuenta alcancemos la felicidad del cero. De repente un día diremos HOSTIA, NO HAY FÚTBOL, qué ha pasado, y ahora qué hacemos.
La paz mundial haremos.
La existencia paralela
Porque entonces sí, entonces viviremos esa existencia paralela que ahora solo intuimos y no conocemos. Entonces estudiaremos un doctorado, ganaremos en salud, nos dedicaremos al lettering y nos sobrará el tiempo. Nos preguntaremos cómo podía ser que millones de personas estuviéramos viendo un Barça-Madrid, pagando por ello, y encima sufriendo. En esa realidad alternativa todo tendría sentido, un orden racional, y menos padecimiento.
A veces pienso todo esto. Casi siempre de noche, de la misma manera que imagino qué haría con un premio millonario de la lotería, con una sensación parecida lo pienso. Pero luego veo que Bonucci, el de la Juventus, amenaza y casi pega al utillero del Inter y me digo mmm, no será tan bonucci Bonucci, sino más bien Malucci, y con eso me vale, con eso me rindo y me entretengo.
Pienso que el fútbol ni siquiera necesita un gol para hacernos estúpidamente felices, un poquito de vez en cuando, en un momento y sin esfuerzo. Pienso entonces también que no tenemos remedio y que esa virtud del fútbol conlleva indivisible la conocida dosis de tormento. Que esa arcadia paralela no existe, con solo lo bueno, y nos quedan por delante décadas de alteraciones de ánimo, emociones estresantes y toneladas de sufrimiento. Eso es así, buscando victorias, persiguiendo el deseo. Una condena inevitable. Eso me temo.
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