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Malditas mentiras

Que la credibilidad del excomisario Villarejo ande por los suelos no significa que se desconozca el alcance real de su embustería, que tiene derecho a usar en defensa propia. Aunque sea porque todo mentiroso profesional sabe que, de vez en cuando, debe decir alguna verdad para que le crean cuando miente

villarejo

villarejo / Euopa Press

Josep Cuní

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En la película 'Destino de caballero' ('A knight’s tale', 2001) el escudero quiere convertirse en noble. Al morir su señor decide sustituirle y se inicia una trama de suplantación que va ampliando el equívoco. Allí se demuestra que la mentira es como una bola de nieve, que cuanto más rueda, más se agranda. También que, para mantenerla, hay que tener buena memoria a riesgo de pillar antes al mentiroso que al cojo. 

La crítica calificó el film de regular aunque uno de los analistas señaló que había convertido al malogrado Heath Ledger en el actor del año. Y a pesar de que el australiano ya tenía media docena de títulos en su haber, todavía tardaría 7 años en dar vida al Joker de 'El caballero oscuro' ('The dark knight') y 5 en protagonizar la exitosa 'Brokeback Mountain'. La cinta que le alzó a la fama y a partir de la cual, dicen sus seguidores, empezó el calvario que le llevó a la muerte por sobredosis de medicamentos.  

Tiempo después de aquel elogio desmesurado, se supo que su firmante también era ficticio. Los estudios se lo habían inventado para promocionar algunas de sus producciones. El escándalo acabó compensando a los espectadores de los Estados Unidos que se hubieran sentido engañados con cinco dólares de descuento en alguno de sus próximos estrenos.

¿Cómo se compensa a la sociedad de un país que aspira a solvente de las mentiras, medias verdades y conspiraciones - estilo carpetovetónico - de uno de sus policías de referencia, galardonado con la medalla del Orden del Mérito Policial, y liante profesional? Pues aclarando todo lo que de cierto pueda haber entre lo mucho de falso que haya prodigado, por supuesto. Y precisando si el ex comisario cree, como dice el protagonista de la película, que “solo le da amplitud a la verdad”.

José Manuel Villarejo Pérez (El Carpio, Córdoba, 3 de agosto de 1951) ha vuelto a convertirse en el personaje de la semana al soltar, desde el banquillo de los acusados, que los atentados del 17 de agosto de 2017 en Barcelona y Cambrils se habrían cometido para darle un susto a Catalunya. Que al ser el imán de Ripoll confidente del CNI, a Sanz Roldán, su director, la trama se le escapó de las manos. Con lo cual pretende que se deduzca que, si aquella masacre hubiera conseguido lo que supuestamente perseguía, Catalunya se hubiera sentido necesitada de protección y sus veleidades independentistas se hubieran detenido. Sucedió, no obstante, que fueron los Mossos, capitaneados por Josep Lluís Trapero, quienes corrieron todos los riesgos y asumieron todos los éxitos para desesperación de los mandos de la Guardia Civil que no toleraron la afrenta. Y la campaña subterránea que se organizó contra el mayor, a partir de un “esto no puede quedar así” al final de la reunión de la Junta de Seguridad en Barcelona rubricada con la felicitación del presidente Mariano Rajoy, acabó llevando a los tribunales al entonces héroe subido a los altares, convertido ahora en uniformado sin confianza política.

Que la credibilidad del excomisario Villarejo ande por los suelos no significa que se desconozca el alcance real de su embustería que, por otra parte y como imputado, tiene derecho a utilizar en defensa propia. Aunque sea porque todo mentiroso profesional sabe que, de vez en cuando, debe decir alguna verdad para que le crean cuando miente. ¿Es lo que hace ahora?     

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