El décimo lingüista
Desde hace unos meses ha vuelto un enfoque catastrofista que ve al catalán en el corredor de la muerte. Sin embargo, no es menos real que su uso se mueve tradicionalmente en un espectro bipolar
Jordi Puntí
Escritor. Autor de 'Confeti' y 'Todo Messi. Ejercicios de estilo'.
Jordi Puntí
Hace muchos años, quizás una década, vi un documental que me impactó. En las imágenes una mujer china entonaba una nana: “Duerme, duerme, que tengo que ir a trabajar”, decía, pero lo importante de esas palabras era la lengua —el manchú—, que estaba a punto de desaparecer. Hablada en un rincón de China, había sido el vehículo de una dinastía poderosa, pero entonces ya solo quedaban una veintena de hablantes, todos mayores de 80 años. Supongo que hoy en día, por lógica, debe considerarse extinguida. Como el manchú, también han muerto recientemente —o están cerca— el livoniano en Letonia, el pidgin criollo de Luisiana o muchas lenguas indígenas de México.
En 2010, el atlas de las lenguas en peligro de extinción de la Unesco documentaba cientos de ejemplos, también en Europa, pero no decía nada del catalán. En cambio, desde hace unos meses ha vuelto un enfoque catastrofista que la ve en el corredor de la muerte. Es cierto que la estrategia del neofranquismo español, que busca siempre la confrontación lingüística en Catalunya para sacar un rédito político, más las decisiones sobre la cuota de castellano en la escuela del TSJC, han creado un clima pesimista que solo se puede combatir desde la militancia. Sin embargo, no es menos real que el uso del catalán se mueve tradicionalmente en un espectro bipolar. Pienso, por ejemplo, en la publicidad del operador de telefonía Parlem, que utiliza la lengua como reclamo atractivo. Su último anuncio tiene un tono luctuoso, en el que se convocan referentes como Mercè Rodoreda, Raimon, Santi Santamaria (sic) o los 'correfocs' para pedir al cliente un minuto de silencio por el catalán, y con esta proclama: “Los lingüistas aseguran que el catalán ya ha entrado en proceso de extinción”. Así, de pleno: todos los lingüistas, que en Catalunya son multitud. Al menos podrían haber utilizado el truco de los dentífricos y decir aquello de “nueve de cada diez lingüistas”. Así nos quedaría la esperanza del décimo lingüista, alguien que lee los libros optimistas de Enric Gomà, como 'El català tranquil', y está enganchado al juego del Paraulògic, igual que los cerca de 170.000 catalanohablantes que juegan en él cada día.
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