Atentados del 17-A

Buscando a Villarejo en Madrid

No tenían donde caerse muertos y gracias a él pueden dar de nuevo al Estado la culpa de algo, de lo que sea, que es la única salida que les queda

Villarejo       David Castro

Villarejo David Castro / David Castro

Albert Soler

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Escribo desde Madrid, a donde he llegado en busca de Villarejo. No es fácil dar con él, es un tipo que a veces lleva un parche en el ojo derecho, a veces en el izquierdo -no me hagan caso, quizás no me fijo bien-, y a veces aparece sin parche, como si fuera un pirata que no acaba de encontrarse a sí mismo. A Villarejo quieren otorgarle los lacistas la Creu de Sant Jordi, porque no tenían donde caerse muertos y gracias a él pueden dar de nuevo al Estado la culpa de algo, de lo que sea, que es la única salida que les queda, no para conseguir nada, pero sí al menos para continuar cobrando, que de eso y no de otra cosa iba el ‘procés’. Da igual que nos robe o que nos mate, el caso es que España es culpable, como lo era Rusia para el falangismo.

Villarejo dice que guarda informes de todo tipo. Un espía no es alguien que guarda informes, sino alguien que dice que los guarda, y en eso Villarejo es el mejor. Es como el viejo chiste de Eugenio, el del hombre de 90 años que le pide al doctor una fórmula para hacer el amor diariamente, y cuando este le responde que a sus años eso es imposible, el anciano le asegura que un amigo suyo, de su misma edad, dice que lo hace cada día. “Ah, pues dígalo usted, también”, le aconseja el buen doctor.

-Verá, a nosotros nos interesaría tener nuestra propia teoría de la conspiración, para darle las culpas al Estado español de algún que otro muerto, ya que no los conseguimos durante el referéndum.

-Ah, pues digan que el CNI estuvo detrás de los atentados islamistas -les receta el doctor Villarejo, sin levantar apenas la vista del cocido que se está zampando.

Villarejo igual dice que tiene informes contra la monarquía que a favor, lo mismo asegura tenerlos sobre la guerra sucia que negándola, lo cual confirma su alta categoría como espía. Se conoce cuando un espía es bueno porque no sabemos nunca a qué carta está jugando, y se conoce que es excelente cuando ni siquiera lo sabe él. Para los lacistas, Villarejo es un gran activo, ya que les permite fiarse de él cuando así les conviene, y tratarlo de mentiroso cuando no interesa lo que revela, lo que se llama tener un espía a la carta. A los lacistas, que por algo el lacismo es cuestión de fe, les da igual la verdad o la mentira, siempre y cuando sirva a sus intereses, de ahí que con Villarejo sean tales para cual.

Del “hay que investigar lo que dice Villarejo” al “no hay que hacer caso a Villarejo, que miente más que habla” hay apenas un paso, y darlo depende de si lo que ha dicho hoy nos beneficia o nos perjudica. Mañana, Dios dirá. Eso, que en España vale para todo el mundo, cobra especial significado en Catalunya, donde el lacismo hace años que espera un muerto que achacar al pérfido Estado español, por lo menos un lisiado, pero un lisiado con más credibilidad que aquella señora que aseguraba que la policía le había roto todos los dedos de las manos y le había tocado un pecho, o al revés, qué sé yo.

Hay que agarrarse a lo que sea, hay que intentar salvar un poco la honra, tanto da si es con un popurrí de CNI e islamistas-butaneros. Lo que sea, antes que reconocer la realidad: que para darle un susto a Catalunya, bastó con mandar en tren a un par de funcionarios para que aplicaran el 155. Solo con eso, se frenó todo en seco, y los hay que huyeron al extranjero y todavía están corriendo.

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