Un mundo sostenible

Energía nuclear, energía verde

Las descalificaciones contra la energía nuclear que a menudo se escuchan no se sostienen; más ciencia y menos prejuicios salvarán al planeta

Central nuclear de Cofrentes, en Valencia.

Central nuclear de Cofrentes, en Valencia. / EFE

Joaquim Coll

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Descuiden, ningún lobby nuclear me ha pagado para escribir este artículo, al igual que estoy seguro los fabricantes de las renovables no subvencionan a los partidos ecologistas ni recompensan tampoco a aquellos que han puesto el grito en el cielo porque la Comisión Europea haya incorporado la energía nuclear dentro de su taxonomía verde. En la transición enérgetica nos lo jugamos todo, para empezar el futuro de la humanidad, pero también el riesgo de una dependencia europea del gas de la Rusia de Putin, de forma que nos merecemos un debate sereno, sin prejuicios y desde el rigor científico. En realidad, era inevitable que el debate nuclear se abriera paso ante la evidencia de que caminamos hacia el desastre climático si no logramos descarbonizar nuestro modo de vida.

Por desgracia solo con las renovables no vamos a poder alcanzar –con la tecnología hoy disponible– el objetivo de emisiones cero en 2050, y es casi imposible evitar ahora mismo que la temperatura media suba por encima de 1,5 grados en 2030. Aunque la propuesta de la Comisión Europea no afecta a las inversiones públicas, sino que busca estimular las inversiones privadas mediante ayudas fiscales en energías con un menor impacto mediambiental, el concepto “verde” ha levantado una polvareda de descalificaciones, particularmente contra las centrales nucleares. De entrada hay que decir que no existe ninguna energía absolutamente verde, tampoco las llamadas renovables (solar, fotovoltáica, hidroeléctrica o eólica). A lo largo de su ciclo de vida, desde que se fabrican, instalan y en algún momento se desmontan, todas generan gases efecto invernadero. Por tanto, es importante saber qué tecnologías contaminan más y cuáles menos a lo largo del tiempo. Pues bien, un informe de la Comisión Económica de Naciones Unidas para Europa ha comparado las diferentes energías y concluido que el carbón con diferencia, pero también el gas, son las más dañinas, mientras que la nuclear sale muy bien valorada, incluso por delante de las tecnologías solares, y solo algo por debajo de la hidroeléctrica y la eólica.

La propuesta de la Comisión Europea es pragmática porque al incorporar al gas, aunque condicionada a una reducción de sus emisiones de CO2, a que su producción no pueda cubrirse con renovables y a que sustituya principalmente al carbón, intenta vencer la oposición de Alemania, instalada en un discurso antinuclear por razones históricas, cuya apuesta es por el gas ruso como energía de transición. En realidad, la principal economía europea, pese a sus megaplanes en renovables, está dando mal ejemplo y el nuevo ministro de Economía y Protección Climática, Robert Habeck, ya ha adelantado que Alemania incumplirá sus objetivos a corto plazo. Y la razón no es otra que el abandono de la energía atómica, el cierre este año de todas sus centrales, decisión que tomó Angela Merkel en 2011 tras el accidente de Fukushima. En el otro lado está Francia, con una apuesta que ahora se ha intensifivado a favor de la nuclear, lo cual le permite tener un mix eléctrico muy descarbonizado y ofrecer unos precios más baratos al consumidor.

Las descalificaciones contra la energía nuclear que a menudo se escuchan no se sostienen. Se señala el problema de los residuos como un regalo envenenado para las futuras generaciones, cuando hoy la gestión es absolutamente segura y eficiente. Se afirma que requieren una inversión costosísima con apoyo del Estado, lo cual es cierto pero también ocurre con las renovables que en España nos cuestan 6.000 millones en primas anuales desde hace dos décadas. Y, lógicamente, nadie está en contra. Ahora mismo se están contruyendo 54 nuevas centrales en todo el mundo (y hay 99 más en planificación) que, junto a las 443 en funcionamiento, confirma que son inversiones a largo plazo rentables. En España, la moratoria nuclear ha sido uno de los mayores errores políticos de nuestra historia energética, y así lo pagamos hoy en la factura de la luz por culpa del gas. Con todo, siete reactores suministran el 22% de la electricidad (en Catalunya supone el 50%), pero son centrales viejas cuyas licencias vencen en 2030. Bruselas calcula que habría que invertir medio billón de euros en nuevos reactores de aquí a 2050. Y, en España, ¿por qué no? Más ciencia y menos prejuicios salvarán al planeta.

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