Mesa de diálogo

El ralentí como método para avanzar

El Gobierno de Sánchez da por bueno el grado de normalización alcanzado en Catalunya, aunque se mantengan intactos los bloques políticos que impiden la recuperación de la transversalidad

Sánchez

Sánchez / Cadena SER

Jordi Mercader

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Pedro Sánchez emprende la segunda parte de su mandato con tres ejes estratégicos: reconstruir la economía, 'gripalizar' la pandemia y ralentizar el conflicto catalán. Lo anunció el presidente del Gobierno y lo confirma la agenda legislativa aprobada en el último Consejo de Ministros que contempla 368 iniciativas, el 40% de las cuales están vinculadas al plan de recuperación económico pactado con la Unión Europea. En el plan anual normativo no aparece la reforma del Código Penal para reconsiderar la sedición y la rebelión, ni tampoco ninguna la ley de la Corona para empezar a actualizar la institución monárquica. 

En enero de 2020, al estrenar legislatura, las prioridades eran cinco, afianzar crecimiento económico, entendimiento territorial, justicia social, transformación digital y plena igualdad de las mujeres. La pandemia lo ha cambiado todo, pero no tanto. Cuatro de estos cinco objetivos son fácilmente subsumibles en la reconstrucción del país a la que obliga el virus. El quinto, las soluciones territoriales, quedan formalmente para más adelante. No existe ningún indicio científico que impida afrontar la política territorial en paralelo a la reconstrucción económica, más allá de complicarse la vida, desde luego. Hasta ahora, Sánchez se ha caracterizado por ser un político arriesgado, de ahí que no parece aventurado sospechar que la ralentización de la negociación con la Generalitat (la base inicial de toda política territorial, nos dice la experiencia) no responde a la incompatibilidad con las urgencias económicas y sanitarias como se viene justificando, sino a un decisión táctica con la que se espera obtener una ventaja para su posición.  

El ralentí es la manera de mantener el motor en marcha estando el vehículo parado. No se cala pero tampoco avanza. Esta es la expectativa anunciada por Pedro Sánchez al Govern de Pere Aragonès para los próximos meses respecto de la prioridad (única) de la Generalitat que no es otra, oficialmente, que la celebración de un referéndum de autodeterminación, precedido por una amnistía. El presidente del Gobierno puede tomar esta decisión porque debe saber, o al menos intuir, que en las actuales circunstancias, nadie en España ni en Europa se lo va a recriminar, salvo los independentistas catalanes, claro.

De todas maneras, la ralentización de la mesa de negociación no debería confundirse con una posición defensiva sino como una forma de avanzar hacia la única resolución que Moncloa cree posible. El paso del tiempo es letal para los dirigentes independentistas, que siguen proclamando que la república está a la vuelta de la esquina; en cambio es una bendición para aquellos soberanistas que están buscando una rectificación estratégica sustancial y hay que creer que Aragonès es uno de ellos. Para la otra mitad de catalanes, cada día que pasa es un alivio. Algunos de los dirigentes del movimiento secesionista, los nostálgicos de las vibrantes jornadas de la derrota, ya han advertido justamente que la normalidad institucional y política es el principal adversario en estos momentos.

El Gobierno de Sánchez da por bueno el grado de normalización alcanzado en Catalunya, aunque se mantengan intactos los bloques políticos que impiden la recuperación de la transversalidad. Por otra parte, no es un secreto que la oferta final que un día vaya a plantear para la profundización del autogobierno catalán no va a resultar satisfactoria para la mayoría independentista y tal vez tampoco para una parte del catalanismo progresista. Solamente una reforma constitucional previa le concedería un margen de maniobra susstancial y no se vislumbran a corto plazo las condiciones objetivas para abordarla. 

Sánchez no puede tener ninguna prisa para acelerar la mesa de negociación. No tiene más propuesta que la permitida en el marco constitucional y percibe como todo el mundo el desgaste que supone para el independentismo la contemporización como oferta política y la reconciliación como horizonte. Para el éxito de su plan solo necesita que ERC aguante la presión de Junts y siga dando por buena la existencia de la Mesa en sí misma. En el peor de los casos, Aragonès se levantará, regalándole a él la exclusiva del diálogo.  

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