Polémica

El derecho de ser otro

La esencia del oficio de actor es la libertad de ser otro, por encima de épocas, culturas, religiones y géneros, si es preciso

Primera y espectacular imagen de Helen Mirren como Golda Meir

Primera y espectacular imagen de Helen Mirren como Golda Meir

Josep Maria Pou

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Uno cree que los viejos temas van quedando atrás y que hay polémicas que desaparecen por cansancio, por inanición o simplemente arrastradas por el viento de la moda. No es cierto. Porque el vendaval es siempre el mismo, aun cuando vaya, vuelva y se arremoline por donde le venga en gana. En los flecos de ese torbellino es donde viajan, como colgados del estribo de un viejo tranvía, los llamados temas recurrentes, que se apean a capricho, haciéndose presentes, cuándo, cómo y donde más les apetece. Hasta que otra ventolera, mas fuerte o más traicionera, los arroja a la cuneta sin miramientos. Uno de estos temas tiene que ver, por razón de sus protagonistas, con la esencia misma de mi oficio, aun cuando abarca campos tan diversos como la política, la antropología y hasta la genética. 

Es el caso que Helen Mirren, reputada actriz inglesa ('The Queen' en el cine, ¿recuerdan?), siempre en el catálogo de las más grandes, interpreta ahora a Golda Meir, la que fuera primera ministra de Israel, en una película cuyo fin de rodaje se anuncia inminente. Conviene decir que ya en el inicio de ese rodaje, hace unos meses, y con la aparición de unas fotos que levantaron admiración por el sorprendente parecido conseguido gracias a las prótesis y el maquillaje, se inició en las redes (¿dónde si no?) una cierta polémica cuyo fuego duró lo que apenas unos cuantos 'likes'. Extrañamente, las llamas han renacido ahora, con bastante más virulencia, en el colectivo de los actores. 

Maureen Lipman, tan inglesa y tan actriz como la Mirren, pero de ascendencia judía, ha manifestado que no le parece acertada la decisión de escoger a una actriz no judía para interpretar a Golda Meir, dado que el carácter judío de la primera ministra es tan genuino, tan integral, tan representativo de sus gentes, que solo otra persona de su misma cultura y religión debería poder encarnarla. Añade Lipmann que el hecho le parece «una sorprendente falta de sensibilidad cultural y, lo que es peor, una evidente apropiación y borrado de una cultura y una religión en crisis permanente». Y termina diciendo que de la misma manera que a nadie se le ocurriría pensar en Ben Kingsley para interpretar a Nelson Mandela, no se debería aceptar que Helen Mirren sea Golda Meir.

Polémica encendida, que viene de lejos. De muy lejos. Tiene que ver con lo que los actores llamamos 'memoria adquirida' o 'experiencia vivida' frente a la creatividad pura y libre. Reducido a lo más simple: ¿es necesario haber matado a alguien para interpretar a un asesino? Exigir la identificación con el personaje hasta ese punto no deja de ser un comportamiento excluyente que le niega al actor la esencia de su oficio: la libertad de ser otro, el derecho de ser otro, de convertirse en otro, de inventarse al otro, por encima de épocas, políticas, culturas, religiones y géneros, si es preciso.

Imaginen conmigo: «Y el Oscar es para Dame Helen Mirren por su creación de Golda Meir. Hace la entrega Dame Maureen Lipman». Sería bonito, cuando menos. 

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