Estados Unidos

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Un año de asalto a la democracia

Es un riesgo cierto que la campaña electoral de noviembre en que Biden y Trump se juegan la legislatura incremente aún más la tensión

Un grupo de seguidores de Trump, durante el asalto, en uno de los pasillos del Capitolio.

Un grupo de seguidores de Trump, durante el asalto, en uno de los pasillos del Capitolio. / EFE/EPA/ Jim Lo Scalzo

Un año después del insólito episodio del asalto al Congreso de Estados Unidospor una multitud de exaltados, alentados por Donald Trump en la recta final de su presidencia, es posible seguir el rastro dejado por aquel suceso en términos de división social, de enfrentamiento entre dos bloques irreconciliables y de erosión de la imagen del país. La suma de un presidente irresponsable y de una masa enardecida por la victoria de Joe Biden, que Trump nunca aceptó, llevó a la Unión al borde del precipicio. Un estado de ánimo que apenas contrarrestan las sentencias condenatorias de algunos asaltantes dictadas por los tribunales y el restablecimiento de la normalidad institucional.

Los sucesos del 6 de enero de hace un año certificaron algo que, conforme avanzó el mandato de Trump, se hizo más y más explícito. La mitad de Estados Unidos no está dispuesta a asumir realidades sociales y políticas diferentes a las que consideran propias de la nación, así se trate de la relación entre la comunidad blanca y las restantes, singularmente la afroamericana. Ni tampoco a apearse de la desconfianza sin límites hacia la Administración federal en los estados más alejados de los grandes centros de decisión política, económica, cultural y académica. Hay un repliegue conservador, poseído por la reacción de un tradicionalismo recalcitrante, que no ha dejado de crecer desde la presidencia de Bill Clinton, que se acentuó con la de Barack Obama y que tomó la calle con desparpajo durante la de Trump.

Las dificultades que afronta Biden en el Senado para sacar adelante su política económica en año electoral, agravadas por la defección de al menos un senador del Partido Demócrata; la amenaza que pende sobre la legislación del aborto en varios estados, pendiente de la decisión que adopte el Tribunal Supremo, con una mayoría conservadora de 6 a 3; la colonización sin paliativos del Partido Republicano por Trump y sus herederos, que han desfigurado la imagen tradicional del conservadurismo estadounidense; todo ello y mucho más remite a la realidad indiscutible de una sociedad irremediablemente dividida. Un factor de debilitamiento ante la comunidad internacional, en general, y ante China y Rusia, en particular, con Occidente a la expectativa.

No es exagerado decir que los energúmenos que ocuparon el Congreso, más allá de su aspecto entre esperpéntico y tragicómico, arremetieron contra las tradiciones más sólidas de una vieja democracia, pretendieron violentar los pilares del Estado de derecho y pusieron la primera piedra para que quepa considerar las elecciones legislativas de mitad de mandato, el próximo 8 de noviembre, como más que un ceremonia de paso. Si Biden conserva o mejora su corta mayoría en la Cámara de Representantes y se mantiene el empate en el Senado o los demócratas ganan algún escaño, podrá esperarse una cierta relajación de las tensiones hasta principios de 2024; si las urnas sonríen a los émulos de Trump, es de prever una brega sin cuartel, con el expresidente al frente de las operaciones de hostigamiento, ya no a la Administración actual sino a la normalidad democrática. Sea cual sea el rumbo que tome la investigación abierta por la Fiscalía de Nueva York a él y a dos de sus hijos.

Cuanto sucedió en Estados Unidos desde que el escrutinio dio la victoria a Biden hasta la arremetida contra el Congreso está lejos de ser un capítulo amortizado de la historia más reciente del país. Es, por el contrario, un lastre que todo lo condiciona en el intento de la Casa Blanca y del conservadurismo sensato de encauzar la vida institucional por la vía de la normalidad. Los tizones de la división y el sectarismo siguen incandescentes y es muy alto el riesgo de que el fragor de la campaña que se avecina avive el fuego.