La nota

El empleo y el euro

El aumento de los cotizantes a la Seguridad Social habría sido imposible sin la política monetaria del BCE. Conviene recordarlo

SEDE BCE

SEDE BCE / AFP / YANN SCHREIBER

Joan Tapia

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Los datos de diciembre confirman que -sea el que sea el aumento final del PIB- el empleo se está recuperando con fuerza, lo que es esencial para la estabilidad política y social. El año pasado se crearon 776.000 empleos, la cifra más alta desde 2005, antes de la gran crisis financiera. Y el número de cotizantes a la Seguridad Social llegó a 19,82 millones, el más elevado alcanzado en España y superior por tanto al anterior a la pandemia. Además, de los 750.000 trabajadores acogidos a los ertes en diciembre de 2020 (llegaron a ser 3,5 millones al inicio de la pandemia) se ha pasado a poco más de 100.000 al acabar el año.

Como consecuencia, el paro se ha reducido en 782.000 personas en 2021 y el todavía muy alto número de desempleados (3,1 millones) es el más bajo desde diciembre de 2007. Son datos alentadores que deberían reforzar algo el autoaprecio de los españoles, pero que también indican varias cosas relevantes que conviene tener en cuenta.

Una, que la tan anatemizada reforma laboral de 2012 no ha sido obstáculo para una muy fuerte creación de empleo tras la crisis del coronavirus. Hay que esperar que las correcciones ahora introducidas permitan un empleo de más calidad sin dañar la flexibilidad de la economía.

Dos, que el escudo social ante la crisis erigido por el Gobierno y pactado casi en su totalidad con los empresarios y los sindicatos -ertes, créditos ICO, ingreso mínimo vital, salario mínimo…- ha funcionado satisfactoriamente.

Tres, que lo conseguido ha sido sin duda un éxito de la sociedad española, pero que habría sido muy difícil -por no decir imposible- sin estar en la UE y sin el euro. Es la política de bajos tipos de interés del BCE y sus compras de deuda española lo que ha permitido financiar sin problemas los fuertes déficits públicos del 10% y del 8,4% de los dos últimos años. En efecto, lo que nos cuesta ahora nuestra deuda a diez años es el 0,36%, cuando llegó a rozar el 7% en el peor momento de la crisis de 2012. Un dato a no olvidar.

Ahora una media del 69% de los europeos -según la última encuesta del eurobarómetro- cree que el euro no solo favorece a Europa, sino que beneficia a su propio país. Y las valoraciones son distintas entre los países, aunque sin diferencias abismales y en ninguno el euro es juzgado negativamente. 

Los griegos, que llegaron a votar en referéndum no aceptar las condiciones de su rescate -decisión que luego Tsipras no aplicó- creen que el euro es positivo para Grecia en un 73%, cuatro puntos por encima de la media y frente al 76% de los alemanes. 

Los que más creen que el euro les beneficia son los irlandeses y los finlandeses (82%) mientras que los españoles estamos en el 68%, un punto por debajo de la media, seguidos de los franceses (66%) y en último lugar Luxemburgo e Italia (61% y 60%).

El euro se ha convertido ya en una realidad bien asumida porque fortalece a la UE y a los países que la forman. Ahí está este 73% de los griegos que pulveriza a Varoufakis y sus proclamas del austericidio. Y Marine Le Pen ya ha rectificado y este año no abogará, como en las presidenciales de 2017, porque Francia salga del euro. Lo más sorprendente es lo de Italia, que parece estar superando su eterna crisis política y económica con Mario Draghi, que presidió el BCE en 2012, al frente del Gobierno.

Europa no es un poder militar comparable a Rusia, China o Estados Unidos, pero tiene el euro, que es la segunda moneda del mundo (tras el dólar) y que le da autoridad externa y bastante cohesión interna.

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