Chile: los mil retos de Boric
La nueva generación que ha copado la izquierda chilena increpa a partidosgerontocráticos desde el feminismo, la heterodoxia y la calle

Gabriel Boric / EFE / ELVIS GONZÁLEZ


Salvador Martí Puig
Salvador Martí PuigCatedrático de Ciencia Política de la Universitat de Girona
¿Qué se puede esperar del mandato de Gabriel Boric? Esta es la pregunta que he hecho a mis colegas chilenos después de su incontestable victorial electoral el pasado 19 de diciembre. En sus respuestas la mayoría han señalado que el gran reto de su mandato es convertirse en un Gobierno de transición que abra el juego a nuevos escenarios políticos más democráticos e incluyentes. Se trata, señalan, de una transición para que Chile pueda elaborar un nuevo pacto republicano desde donde poder sanar un país fracturado por múltiples tensiones: sociales, económicas, culturales y étnicas. Esta tarea, sin embargo, no es nada fácil. No lo es por múltiples cuestiones, pero sobre todo porque el nuevo Ejecutivo debe de operar en un contexto político, institucional y económico muy adverso.
A nivel político e institucional, la debilidad del Ejecutivo es doble. Por un lado, porque el nuevo presidente va a ser la máxima magistratura de un régimen que tiene fecha de caducidad, pues desde el 15 de noviembre del 2019 se inició un proceso de transformación de las reglas del juego político que debe desembocar pronto en una nueva Constitución y, por lo tanto, extinguir la institucionalidad vigente. Y, por otro lado, porque la coalición que aupó a Boric a la presidencia (Apruebo Dignidad) solo cuenta con 37 de los 155 miembros de la Cámara baja y 4 de los 50 senadores. Así las cosas, para poder gobernar con cierta solvencia, Boric necesitará establecer alianzas -como mínimo- con las formaciones de la anterior concertación de centro-izquierda (hoy Nuevo Pacto Social) y con varios diputados independientes. En esta tesitura solo es posible imaginar un gobierno que sea de amplia coalición.
Pero más allá de la correlación de fuerzas políticas, para llevar a cabo las promesas realizadas en campaña por el joven presidente es necesario cuestionar (e intentar transformar) el statu quo; es decir, el equilibrio existente entre los agentes económicos, sociales e institucionales. Para luchar contra la desigualdad y hacer políticas sociales inclusivas en Chile es preciso cambiar las lógicas existentes entre el mercado y el Estado, ya que el poder infraestructural del estado chileno, desde la llegada de Pinochet, se redujo al ejercicio de la fuerza y la coacción.
El régimen autoritario que se inició en 1973 supuso una captura corporativa del Estado que aún pervive, y para que en un futuro cercano el estado chileno recupere la capacidad y los recursos para implementar políticas públicas de justicia y equidad es necesario forjar nuevos pactos. Se trata de pactos complejos que permitan crear amplias coaliciones que impulsen una necesaria reforma tributaria, laboral y de pensiones y, por otro lado, alentar que la nueva Constitución (que aún se está elaborando) otorgue mayor capacidad institucional y económica al Estado. Para todo ello es preciso pactar con propios, aliados y adversarios y, a la vez, mantener el apoyo de la base social (las movilizaciones en la calle) para cuando sea preciso.
A lo expuesto hay que añadir otra cuestión nada baladí: establecer un diálogo franco y valiente con el pueblo mapuche (wallmapu) y sus diversos representantes. Hasta hoy, las políticas de ninguneo y represión que el Estado ha desplegado frente a sus demandas han generado una escalada de conflictos -cada vez más violenta- en las regiones de Biobío, Araucanía y Los Ríos. Este desafío político se inserta, a la vez, en la necesidad de repensar la organización territorial del país. Cuestionar la lógica jacobina del estado chileno para impulsar un diseño territorial descentralizado puede suponer la apertura de arenas políticas regionales desde las cuales acercar el poder a los ciudadanos, profundizar la democracia y dar respuesta a la composición pluricultural y étnica del país.
Lo expuesto, como es sabido, debe proyectarse en un contexto de crisis económica global y pandémica. Pero la coyuntura es las que es, y nadie la escoge. Sin ella posiblemente no hubiera llegado al poder Gabriel Boric, el presidente más joven de la historia de Chile. Su juventud, junto con la de sus fieles acompañantes Iskia Siches, Camila Vallejo, Karol Cariola representa un desafío para la izquierda latinoamericana. La nueva cohorte generacional que ha copado la izquierda chilena increpa a partidos escleróticos y gerontocráticos desde el feminismo, la heterodoxia y la calle.
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