Literatura y cine en 2022

Un año con Billy Wilder

Corran a rescatar las películas de Wilder y los libros de Coe si quieren disfrutar de un año más fotogénico y memorable

El director Biily Wilder

El director Biily Wilder / Iborra

Miqui Otero

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Del mismo modo que es importante la primera canción que suena en un nuevo hogar después de la mudanza, o con la que un recién nacido descubre la música, también lo es la novela con la que estrenamos año.

La novela con la que he desprecintado 2022, con toda intención, no solo para generar un recuerdo digno del arranque sino también con la vaga superstición de intentar marcar el tono del resto del año, es ‘El señor Wilder y yo’, de Jonathan Coe, mi autor inglés vivo favorito. Una compositora londinense, nacida en Grecia y de 57 años, se enfrenta al tercer acto de su vida en un mal momento personal y profesional. Nadie le encarga ya bandas sonoras para películas, una de sus hijas acaba de volar del nido para estudiar fuera y la otra se enfrenta a un aborto. Ella come queso brie compulsivamente y piensa en cómo era cuando tenía la edad de sus herederas. Quizá ya en esa actitud recuerda una de las frases (y las hay a centenares) más famosas de Billy Wilder: “Si tienes problemas con el tercer acto, el verdadero problema está en el primero”.

¿Y cuál fue la experiencia de juventud que le cambió la vida? Pues conocer, por una serie de azares, al gran cineasta y acabar trabajando para él en el rodaje de ‘Fedora’, una de sus películas crepusculares.

Wilder le enseñó, como me enseñó a mí de otro modo, como aprendí también de Coe, a mirar la vida con un humor melancólico y una luz aparentemente amable que no ignora el problema, sino que sabe enfocar también soluciones y consuelos, nimbándolos con tonos cálidos. Tanto el director como el novelista comparten una inteligencia nada aparatosa, una elegancia tan risueña como lúcida, que es imposible no amar y querer para uno mismo. De hecho, si pudiera encargar el guion de lo que me quede por vivir estaría encantado de dejarlo en manos de uno o de otro.

El cine de Wilder, y las novelas de Coe, tienen en común códigos y colores. El director, que explicó que él huyó de la Europa nazi a Hollywood no por la promesa del dinero, sino por la de “no acabar dentro de un horno”, tiene el drama en su propia biografía, así que no tiene por qué sobreactuar en un melodrama de sus pequeñas miserias. Por eso intenta no ser pornográfico, ni en sentido literal (“Lubitsch explicaba más con una puerta cerrada que el resto de directores con la bragueta abierta”) ni figurado. En la novela de Coe, Wilder le cuenta a la joven protagonista que no le gusta que el público salga de una película sintiendo “que le has estado metiendo la cabeza en el wáter durante dos horas” y que, si has vivido la tragedia, “no tienes por qué gritarla a los cuatro vientos y salpicar la pantalla”. De hecho, él, que se pasó semanas mirando material de archivo de la liberación de los campos de concentración por si veía a su madre, habla de la pasividad alemana ante el nazismo a través de un chiste: el de ese berlinés en ‘Uno, dos, tres’ que se cuadra con clac de talones hasta ante la máquina de ‘vending’ de Coca-Cola, pero que preguntado por un yanqui sobre cómo vivió el terror de Hitler, contesta: “¿Adolf qué?”.

Ese toque mágico, capaz de definir el capitalismo a partir de un sombrero en Ninotchka o de explicar toda una vida a partir de un bocado de brie en la novela de Coe, es indispensable para enfrentarnos a nuestros tiempos, cuando la gente se convierte en un enorme escaparate de ingenio inane en ‘post-its’ flúor: 3x2 chistes. O, dicho de otro modo, corran a rescatar las películas de Wilder y los libros de Coe (pueden empezar por este, que ahora se publica) si quieren disfrutar de un año más fotogénico y memorable. Con más, cómo decirlo, encanto.

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