Distinto rasero

Unos despilfarran, otros reciclamos

El sistema de reciclaje que domina en el mundo desarrollado, y especialmente en España y Catalunya, es el siguiente: que las empresas hagan lo que les dé la gana y que los ciudadanos lo arreglen con su civismo

Botellas de plástico

Botellas de plástico

Ernest Folch

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Una campaña aparentemente inocua de la Generalitat nos bombardea desde hace días con el titular 'Escoge bien, reciclemos mejor', y nos pretende concienciar de que tenemos que seleccionar adecuadamente los residuos asegurándonos que "es importante separar bien en los hogares" y que "es posible consumir de manera más sostenible". El anuncio es impecable por lo que dice, pero es inquietante por lo que omite. Porque, una vez más, los destinanatarios de la presión somos los esforzados ciudadanos que cada noche, disciplinadamente, salimos a la calle con nuestros residuos más o menos separados y luego más o menos dipositados en cada uno de los contenedores de colores.

Cierto, quizás lo podemos hacer mejor, más a menudo, y con más entusiasmo, pero ¿de verdad este es el problema? Porque lo que llama la atención de la publicidad es que esta administración que nos riñe con anuncios casi nada hace para que las empresas empaqueten y reciclen adecuadamente. Es decir, se nos dice cómo tenemos que comprar pero poco dice o hace sobre cómo hay que vender. Porque si nosotros tenemos este arduo trabajo de reciclaje diario, que nos obliga a reservar un espacio exagerado dentro de nuestras casas, es porque a las empresas que empaquetan estos productos nadie les obliga a ser más racionales y sobre todo más respetuosas con el medio ambiente. ¿Por qué se permite, por ejemplo, que algunas cadenas de supermercados envasen fruta cortada en recipientes de pástico? ¿Por qué nadie obliga a restaurantes, al menos a partir de ciertos comensales, que sirvan agua del grifo en botellas reutilizables? ¿Por qué no es preceptivo que los champús o detergentes sean sólidos para evitar los costes medioambientales de tener que transportarlos en envases de plástico? ¿O por qué se permite que grandes empresas de distribución transporten objetos minúsculos en cajas gigantes de cartón que a veces multiplican por 10 su volumen?

Cierto, hay tímidos intentos de legislar: el año pasado, el Parlamento Europeo aprobó una primera normativa que prohíbe los plásticos de un solo uso, como cubiertos, platos o pajillas, y los bares y restaurantes en España tendrán en breve que ofrecer agua gratuita si así lo piden los clientes, pero de momento ni siquiera será sustitutiva de la vergonzosa agua embotellada. Los países de la Unión Europea también se han propuesto que al menos el 50% del plástico que usen las empresas sea reciclado a partir de 2025, y en un plazo de 10 años hay una retahíla de buenas intenciones, que no de obligaciones. Y es que son medidas todas ellas muy incipientes y que en realidad no atacan la raíz del verdadero problema: el despilfarro indiscriminado de plástico, cartón y todo tipo de envases por parte de grandes empresas, muchas veces multinacionales, a las que casi ninguna administración se atreve a poner tasas ni mucho menos a sancionar por el uso abusivo de estos materiales.

El sistema de reciclaje que domina en el mundo desarrollado, y especialmente en España y Catalunya, es el siguiente: que las empresas hagan lo que les dé la gana y que los ciudadanos lo arreglen con su civismo. O si lo quieren de manera más cruda: solo el ciudadano tiene obligaciones de verdad respecto al medio ambiente. La administración es fuerte con el débil (el ciudadano) y débil con el fuerte (las empresas). Mientras a nosotros se nos bombardea con anuncios (caros e ineficientes), las propuestas regulatorias van a paso de tortuga o simplemente son desdeñadas. Políticos de aquí y de allí: anuncien menos y regulen más.

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