Política catalana

Editorial

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Catalunya salió del laberinto

2021 supuso un cambio de guion positivo, con la irrupción de la política en detrimento del activismo y la gesticulación que predominaron en anteriores legislaturas

Pere Aragonès

Pere Aragonès / Quique García / EFE

Catalunya empezó el año 2021 bajo el impacto aplacador de los indultos a los políticos independentistas presos y lo terminó con un pacto que permitió aprobar de una tacada los presupuestos de la Generalitat, los del Gobierno de España y los del Ayuntamiento de Barcelona. Compárese con la agitada vida institucional de 2020, cuando Quim Torra presidía la Generalitat, para valorar en toda su dimensión el cambio positivo que se ha producido desde que el republicano Pere Aragonès le sustituyó al frente de la máxima institución catalana. Quienes se empeñan en ver el vaso medio vacío, pueden argumentar lo mucho que queda por recorrer para recuperar el clima de concordia que reclaman los desafíos a los que se enfrenta Catalunya: los estragos económicos y sociales producidos por la pandemia y la división provocada por el ‘procés’. Sin embargo, 2021 ha supuesto un cambio de guion muy positivo en la agenda, con una irrupción de la política en detrimento del activismo y la gesticulación que predominaron en anteriores legislaturas. Aunque el balance de esta nueva etapa es todavía magro, en términos de realizaciones económicas y sociales y en materia de diálogo, valoramos que la política catalana haya encontrado la salida del laberinto en la que estuvo perdida durante más de una década.

Los indultos desactivaron en gran medida la narrativa basada en un supuesto carácter antidemocrático del Estado. No convencieron a todo el independentismo, pero contribuyeron a que su representación más dialogante, Esquerra Republicana, ganara por un puñado de votos a Junts per Catalunya. La llegada de Aragonès a la presidencia de la Generalitat y la victoria obtenida por el PSC, que erigió a Salvador Illa como líder de la oposición, crearon las condiciones para iniciar una legislatura radicalmente distinta a la anterior, donde la confrontación auspiciada por Carles Puigdemont desde Waterloo se retroalimentaba con la política estéril de enfrentamiento sistemático promulgada por Ciudadanos y con las decisiones de los tribunales. Puigdemont siguió ganando batallas judiciales en Europa, pero su intento de equiparar el Gobierno de Pedro Sánchez al de Mariano Rajoy fracasó y no pudo evitar que ERC se convirtiera en un actor significativo de la política estatal.

Esquerra Republicana ha aprovechado su posición para desarrollar pactos de geometría variable que han dado cierta estabilidad a la política catalana, aprobando los presupuestos de la Generalitat con En Comú Podem y pactando con el PSC la renovación de los órganos de gobierno de la Corporació Catalana de Mitjans Audiovisuals, las sindicaturas de Greuges y de Comptes y la Autoritat Catalana de Protecció de Dades. Las tres fuerzas políticas que han facilitado estos acuerdos dieron así muestra de inteligencia y valor, poniendo por delante los intereses colectivos, sin renunciar a las posiciones distintas que sostienen para resolver el conflicto político catalán. Este es sin duda el camino que deben seguir explorando para dotar de contenido la mesa de diálogo con el Estado y para promover el diálogo que también reclama la polarización de la sociedad catalana. No existe alternativa a esta política, por difícil que sea alcanzar acuerdos y por parcos que puedan parecen sus resultados. La persistencia de la pandemia, los retos sociales y económicos que afectan a Catalunya, y la extrema polarización de la política española demandan actitudes generosas e inteligentes por parte de las principales fuerzas políticas catalanas que permitan proseguir el camino iniciado a lo largo de 2021.