Los valores de la Unión

Al otro lado del muro

El trato que otorgamos a los inmigrantes repercute en la propia esencia de Europa y marcará nuestro futuro

Bielorrusia refugiados frontera polonia

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Emma Riverola

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No mueren por un sueño. Luchan por salir de la pesadilla. La tragedia pegada a su sombra. Cada una arrastra sus propios fantasmas. Guerra, violencia, miseria, terror… Al fin, vidas invivibles. ¿Qué no haríamos cada uno de nosotros por salir de esa agonía perpetua?, ¿por ofrecer a nuestros hijos la herencia de una vida alejada de tanto sufrimiento?

Hombres, mujeres y niños mueren tratando de alcanzar Europa. Engullidos por el mar, golpeados en las fronteras, víctimas del frío y el hambre en los bosques limítrofes. Muy cerca, quizá ante su mirada, la posibilidad de un futuro que se difumina hasta perderse. Las olas, las alambradas o las armas forman una barrera infranqueable. Pero todos los muros tienen dos lados. ¿Qué vemos desde el interior de Europa? ¿Distinguimos algo o también se nos desvanece esa frontera de muerte? 

‘Vienen a robarnos. O a algo peor. Amenazan nuestro modo de vida, nuestras costumbres. Nos quitarán el empleo. Ni siquiera eso, solo quieren aprovecharse de nuestro esfuerzo sin trabajar. Desvalijar las arcas públicas. Vivir sin dar un palo al agua. Son enemigos. Así, en plural. Como colectivo. Porque todos son iguales, porque no se merecen la individualidad. Eso, la personalidad particular, es solo para nosotros. Los españoles. Los franceses. Los polacos. Los…’ Conocemos el mensaje. Cada vez está más presente y se pronuncia en voz más alta. Con menos vergüenza. Cualquier noticia negativa que implique a un migrante se convierte en hebra. En fibra áspera. Hasta tejer un manto espeso que envuelve el muro, que lo torna ajeno. Que lo hace desaparecer. También retruenan las risas. Burlonas. Agresivas. Vomitadas sobre quienes insisten en seguir denunciando la frontera de muerte. 

Empezamos un 2022 colmado de incertidumbres, pero con una certeza: el coro del odio resonará cada vez con más fuerza en Europa. Ese magma populista, a la derecha de la derecha, no desaprovechará el momento. La identificación de un chivo expiatorio en quien cargar todos los males es una fórmula tan vieja como útil para los amantes del autoritarismo. Aglutina multitudes, las moviliza y las distrae hasta anestesiarlas. Ofrece soluciones simples -y erróneas- a problemas reales: los migrantes como un tumor repugnante que nos roba la prosperidad. Arranquémoslo y todo volverá a ser como antes. ¿Cómo era antes? Da igual, la nostalgia de un pasado idealizado también ha regresado. También forma parte de la anestesia. 

Si aceptamos que los derechos no rigen para ciertas personas, se convertirán en un arma a capricho de los gobernantes de turno

Europa está implicada de forma más o menos directa en la violación sistemática de los derechos fundamentales de las personas migrantes. Desde los abusos en las fronteras hasta la utilización de Libia como brutal agente de contención. Desde la negación de asilo hasta las expulsiones en caliente. Desde la imposibilidad de acceder al mercado laboral hasta el internamiento en centros sin haber cometido ningún delito. Las arbitrariedades cometidas por cada país de la UE repercuten en la propia esencia de Europa. En lo que somos. En lo que queremos ser. 

La migración será el gran problema de las próximas décadas. Millones de personas se desplazarán en busca de su supervivencia, expulsados de su lugar de origen por las guerras y los desastres ecológicos. Conflictos de los que, en buena parte, Europa no es ajena a su causa. Nuestro bienestar hunde sus cimientos en las múltiples explotaciones de los países asolados. No, ellos no dejarán de venir. El trato que les otorguemos marcará nuestro futuro. Los migrantes nos revelarán quiénes y cómo somos. 

La existencia de la UE se concibe en su defensa de los derechos humanos. La incorporación de migrantes no amenaza nuestro modo de vida. Pero el modo en que los acojamos, sí. En la medida en que traicionemos los valores compartidos, los que dan sentido a la Unión, será nuestra propia supervivencia la que estará en juego. Si aceptamos que los derechos no rigen para ciertas personas, si permitimos que dejen de ser universales, se convertirán en un arma a capricho de los gobernantes de turno. Otorgándoles el poder arbitrario de decidir qué individuos son merecedores de derechos. Un día son los migrantes. Otro, cualquier opositor al régimen. El muro, la frontera del odio también nos encierra a nosotros. Traiciona el pasado y ciega nuestro futuro.

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