La hoguera

El Inda de tu familia

Toda opinión política tiene algo de carcasa, bajo cada discurso hay una persona que no está pensando lo que dice, a la que le importa poquísimo lo que le estás soltando, y que sin embargo está ahí siempre que la necesitas

Eduardo Inda

Eduardo Inda

Juan Soto Ivars

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El otro día oí en la radio una guía de recomendaciones para sobrevivir a las discusiones políticas en cenas familiares. La cosa iba medio en serio medio en broma, o era una de esas secciones de humor bajo las que se adivina una preocupación real, al menos para quienes se colocan delante del micrófono. Estaba confeccionada por gente muy comprometida y progresista para gente muy comprometida y progresista que sufre, en estas fechas tan señaladas, por tener que compartir mantel con familiares de Vox o fans de la Ayuso.

Yo escuchaba aquello y, medio en serio medio en broma, pensaba que una de las mejores cosas de la Navidad es precisamente esta tensión que provoca en la superficie de las burbujas ideológicas en las que nos mete la polarización. La familia, que no suele ser monolítica en cuanto a las opiniones políticas, es nuestra vacuna contra el tribalismo. Se comparte la comida y el tiempo con quienes el resto del año están reducidos a caricaturas digitales. Durante unos cuantos días, las ideas antagónicas se nos presentan en personas a las que, sin embargo, queremos. Todo lo contrario de lo que pasa en las redes, donde en vez de personas hay opiniones, y donde nos presentamos ante los demás como pancartas parlantes.

Con un poco de suerte en cada familia habrá, como en el plató de La Sexta Noche, un Inda, un Maestre, una Beni y un Marhuenda. Dirán cosas que te irritan, levantarán la voz, te interrumpirán y te pincharán. Será hora de poner en práctica todo lo aprendido en esos programas crispados, usar la demagogia y la retórica barata, agarrarse a cualquier incongruencia para presentar tus propias incongruencias, rebajarse en el tono y en las proclamas, frivolizar y tremendizar al mismo tiempo, llevar la discusión al límite del insulto y, entre tanto, ir brindando y destensando mientras la abuela pide que haya paz.

No nos hace falta una guía de supervivencia para esas situaciones, sino recordar que es un privilegio pasar unas cuantas veces al año por detrás la tramoya del circo político y constatar que, cuando nos ponemos a discutir, en realidad todos nos estamos disfrazando un poco. Que toda opinión política tiene algo de carcasa y que bajo cada discurso hay una persona que no está pensando demasiado lo que está diciendo, a la que le importa poquísimo lo que le estás soltando tú, y que sin embargo suele estar ahí siempre que la necesitas.

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