La cultura en Navidad

Joan Didion y las noches azules

La muerte de la mítica cronista nos recuerda el valor de la cultura: este año hemos conocido nuevas formas de contarnos historias, de mirar a nuestro alrededor para entender qué pasaba, a través del periodismo, del cine, de la literatura.

Joan Didion joven

Joan Didion joven

Carol Álvarez

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Murió Joan Didion en vísperas de Navidad y quizá sea la fecha, que invita a parar y pensar más, a buscar el significado de las cosas, que hace más intensa la pérdida de un referente del periodismo, la cultura y la vida. El día a día en pandemia ha acentuado ese fenómeno como de nebulosa vital: como cuando todo va tan rápido que ya no distingues formas y colores, y una manta de monotonía empuja la vida sin hacer mucho ruido, con un desliz casi imperceptible.

 Parte de la magia de la Navidad es que nos hace parar, como otras fechas señaladas. Paras, respiras, miras atrás y puedes, si quieres, procesar lo vivido. La muerte de Didion, cronista de los instantes cotidianos y mirada lúcida sobre nuestra sociedad durante décadas, nos invita un poco a ponernos en sus zapatos y repetir ese ejercicio panorámico, casi científico, de escudriñarnos. La escritora contó con normalidad aséptica tragedias de su vida en El año del pensamiento mágico, pero también nos retrató los pequeños momentos que pasan y sus paisajes. A través de sus ojos y su lectura hemos estado en sus rincones y emociones sin movernos del sofá. 

Nuestro largo confinamiento pandémico no nos ha encerrado de verdad: fueron las noches azules del libro de Didion las que acompañaron, por ejemplo, a Natalia el año pasado en horas nocturnas en vela con Aitana, una de las niñas nacidas en estos tiempos extraños. Didion es con todo un nombre más, una llave al mundo de la cultura que no solo ha hecho de refugio. También nos ha proyectado a formas de evasión o de crecimiento personal más allá de las barreras físicas derivadas de la propagación de la pandemia. 

Series y libros que nos acompañaron

Nuestro Google maps personalizado, ese que nos rastrea las coordenadas y nos indica en un mail las rutas y desplazamientos que hacemos a diario, nos cuenta que vamos del trabajo a casa y al súper y poco más. Pero el cine nos ha llevado este año a las calientes arenas de Dune, nos ha hecho disfrutar de los chismorreos de un hotel de lujo en Hawai a través del resort de White Lotus, nos ha helado de frío y acongojado entre la ceniza del volcán islandés de Katla.

Y lo leído….¿ quién no pasó el otoño entre las calles de Dublín con Eileen, enfrascada en sus charlas por mail con su mejor amiga preguntándose ¿Dónde estás, mundo bello? . La escritora Sally Rooney nos acompañó también y nos hizo de qué hablar, nos hubiera gustado o no el fenómeno editorial del año. Un viaje de más alcance, guiado por una luz que acaricia, fue el de El infinito en un junco, de Irene Vallejo. Sus lectores crecieron en un largo verano que da el estado de ánimo para la lectura reposada, y cómo lo disfrutaron, lanzados a un boca-oreja tan infinito como el misterio de los libros de papel en la era digital.

 Hemos leído como nunca, o al menos hemos comprado libros como nunca, nos apuntan los libreros. Hemos, de esta forma, atado nuestros días de pandemia a experiencias culturales que han alimentado nuestra imaginación en este tiempo de espera dilatado, en esta niebla social que tarda en disiparse. 

Y periodismo. Hemos conocido nuevas formas de contarnos historias, de mirar a nuestro alrededor para entender qué pasaba. Hemos visto por primera vez la superficie de Marte, y hemos conocido todo lujo de detalles gracias a la misión espacial del Perseverance.  Hemos experimentado con la realidad aumentada y nos hemos puesto tatuajes en la cara de otros tiempos y culturas para recordar, una vez más, que no estamos solos. 

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