Candidato popular

Pablo Casado no puede esperar

Necesita tener al país siempre al borde de la tragedia para salvarse en su propio drama

Pablo Casado en el Congreso regional del PP de Aragón

Pablo Casado en el Congreso regional del PP de Aragón / EFE/Javier Cebollada

Antón Losada

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Hasta ahora resultaba bastante obvio que el líder del PP no sabe esperar. Igual que Warren Beatty se moría antes de tiempo en 'El cielo puede esperar', Casado ha llegado a la jefatura de la oposición cuatro años antes de las elecciones que realmente puede ganar y no sabe bien qué hacer o cómo comportarse mientras espera. A resultas de un liderazgo asentado sobre una única victoria interna, cuatro derrotas electorales propias y dos triunfos que no le pertenecen –Núñez Feijóo en Galicia y Díaz Ayuso en Madrid-, Casado necesita que todo sea excepcional para prevenir que esa tensión bloquee cualquier intento de cuestionar sus habilidades como candidato. Necesita tener al país siempre al borde de la tragedia para salvarse en su propio drama.

En una maquina de ganar elecciones como el PP no se cuestiona al líder a las puertas de unos comicios. Mantener la ficción de la inminencia de su convocatoria es su salvoconducto. Por eso todo en su estrategia y su discurso resulta excesivo. Tiene que haber siempre a punto un golpe de Estado en Catalunya, un pacto de sangre para los presupuestos, una ocupación del poder judicial en marcha, una quiebra fiscal de Estado a punto de suceder con la madrastra Europa acechando o padres y niños acosados por depredadores sexuales o fanáticos lingüísticos. Casado no sabe hacer política en la normalidad. Se ahoga en la rutina de un debate político sin conspiraciones, delitos y altas traiciones. Le desespera esta tediosa discusión sobre políticas, recursos y objetivos que han ido alejando un horizonte cercano con urnas. La serenidad que le ha recomendado Feijóo es su kryptonita.

Lejos de mejorar, al aprender desde el escaño que la política tiene sus tiempos y debes saber combinar los momentos dramáticamente valiosos con la certeza de que gobernar es la suma de algunas decisiones y la repetición de muchas rutinas, su impaciencia empeora. Ahora, además, Casado parece convencido de que no puede esperar, que necesita estar en permanente movimiento porque si se para, se cae y le matarían políticamente los mismos que le han puesto fecha de caducidad si no gana en 2023. El drama se le ha quedado escaso. Precisa un melodrama diario para seguir en movimiento. De ahí que se haya instalado en el extremo y haya dejado de viajar al centro, aunque sea para comprobar que todo está en orden. 

Su miedo a caerse si se detiene le empuja a ir de un lado a otro sin más razón que llegar antes que Santiago Abascal o Ayuso. Ese movimiento constante le impide satisfacer la primera condición a cumplir por alguien que pretenda ofrecer una alternativa creíble: plantarse en un sitio con un puñado de principios y propuestas y atraer a los electores a base de seguridad y coherencia. Que en plena sexta ola, con un socio llamado Ciudadanos que ya solo aspira a administrar lo que quede de la franquicia y por unas partidas presupuestarias para Ávila que debía negociar con una escisión propia, Fernández Mañueco se invente unas elecciones solo se entiende desde la urgencia de Casado para tener ya una convocatoria electoral y anotarse un triunfo.

Su único consuelo reside en que su némesis, Díaz Ayuso, tampoco sabe esperar. Un día sin titulares es un día perdido para ella. Necesita montar su show para adelantarse en una carrera donde ya no oculta sus ansias de triunfo. Estar peleada con alguien es la base de su espectáculo porque su falta de límites la vuelve invencible. Pero hasta el oponente menos despierto se cansa de hacer de 'sparring'. Ni el gobierno central, ni la dirección nacional del PP, le conceder ya la ventaja de una buena trifulca en público porque saben que lo que realmente la debilita es la indiferencia. A falta de enemigos con quién retarse para denunciar la gran conspiración madrileñofóbicas, ha decidido convertir a los sanitarios en la nueva Espectra a batir por la heroína de las cañas y la libertad. Los mismos sanitarios que llevan casi dos años luchando contra la pandemia, los negacionistas y los gestores que solo esperan a que baje la curva para empezar a despedirlos, ahora dedican su tiempo a confabularse contra Madrid y los madrileños. El mal nunca descansa en la cabeza de la presidenta.

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