Volcanes

La amenaza de las supererupciones

Si una erupción de la magnitud del Tambora ocurriera hoy en día su impacto sería muchísimo mayor que la del Cumbre Vieja, lo que plantea interrogantes sobre el nivel de preparación y resiliencia de nuestras sociedades para enfrentar tal tipo de eventos

El volcán de Cumbre Vieja, en la Palma, el pasado día 19 de noviembre

El volcán de Cumbre Vieja, en la Palma, el pasado día 19 de noviembre / Europa Press

Mariano Marzo

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La erupción en 1815 del volcán Tambora, en Indonesia, inyectó más de 100 km cúbicos de piroclastos y cenizas hasta más de 40 km de altitud, ya en plena estratosfera. Los gases volcánicos y la ceniza se dispersaron por el hemisferio norte, causando lo que en Europa se denominó 'el año sin verano', con hambrunas, migraciones masivas y varias decenas de miles de muertos. 

A efectos comparativos, cabe recordar que la erupción en 2010 del volcán Eyjafjallajökull en Islandia, causante del cierre durante una semana del tráfico aéreo sobre el norte y centro de Europa, y de unas pérdidas económicas estimadas en 3.300 millones de euros, eyectó en torno a 0,3 km cúbicos de materiales volcánicos, es decir, 300 veces menos que el Tambora. En el caso del Cumbre Vieja, en la isla de la Palma, estas cifras se situaban en fechas recientes en más de 900 millones de euros y en torno a los 0,02 km cúbicos, respectivamente. Está claro que, si una erupción de la magnitud del Tambora ocurriera hoy en día, su impacto sería muchísimo mayor que la del Eyjafjallajökull o la del Cumbre Vieja, lo que plantea interrogantes sobre el nivel de preparación y resiliencia de nuestras sociedades globalizadas, incluso de las más desarrolladas, para enfrentar tal tipo de eventos. 

Pero es que, además, debemos tener presente que, aunque la erupción del Tambora fue colosal, no puede clasificarse de extrema. Alcanzó una puntuación de 7 en el Índice de Explosividad Volcánica (IEV), que mide la magnitud relativa de las erupciones de acuerdo con una escala que va de 0 a 8 (la del Eyjafjallajökull fue de 4 y la del Cumbre Vieja es de 3). Hoy sabemos que, en los últimos dos millones de años, el mundo ha experimentado veintisiete supererupciones que podemos denominar apocalípticas: aquellas con un IEV de 8 y un volumen de material eyectado superior a los 1000 km cúbicos. Cuatro de ellas tuvieron lugar en los últimos 100.000 años, siendo la más reciente la del volcán Taupo, en Nueva Zelanda, acaecida hace unos 26.500 años

Para hacernos una idea de las consecuencias a escala global de este tipo de acontecimientos apocalípticos cabe señalar que la supererupción de Toba, ocurrida hace 74.000 años en Indonesia, ha sido relacionada con un desplome catastrófico de la población mundial, aunque esta teoría suscita una intensa controversia científica, básicamente por las incertidumbres existentes en torno a la cantidad de azufre liberado y la consiguiente generación de aerosoles en la atmósfera. En tiempos históricos, los humanos no han contemplado ninguna supererupción y, por tanto, no existe conocimiento basado en observaciones directas sobre este tipo de fenómeno. Sin embargo, sí tenemos datos acerca de erupciones de menor magnitud que también pueden tener importantes impactos globales. Por ejemplo, en 1991, la erupción del Pinatubo en Filipinas, clasificada como IEV6, generó alrededor de 11 km cúbicos de piroclastos e inyectó unos 20 millones de toneladas de dióxido de azufre en la atmósfera, lo que causó un enfriamiento global de hasta 0,7ºC durante varios años

Este tipo de observaciones, junto a diversos ejercicios de modelización, sugieren que las supererupciones pueden afectar profundamente a una sociedad global como la nuestra. En este sentido, algunos científicos consideran que una supererupción podría devastar una superficie equivalente a la de América del Norte, causando un enfriamiento del clima, pérdida de cosechas y graves interrupciones de las cadenas de suministro alimentario, lo que se traduciría en hambrunas masivas. Asimismo, una erupción IEV8, y en gran medida una IEV7, podría interrumpir, durante semanas, meses o años, el tráfico aéreo en todo un hemisferio, interrumpiendo el comercio mundial y dañando las economías. Una situación que haría temblar los pilares de nuestra civilización. 

Las supererupciones son un riesgo existencial para la humanidad. Su probabilidad de ocurrencia durante los próximos cien años ha sido estimada entre el 0,01% y el 0,1%, unas cien veces la de un asteroide o cometa que colisionara con nuestro planeta, liberando una cantidad similar de energía. Además de escudriñar el cielo también hay que atender a lo que pasa bajo nuestros pies.

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