Precariedad

Arenas movedizas

El sistema apostó por las externalizaciones salvajes y por el sector servicios, donde los trabajadores están más atomizados y desorganizados que en la industria, en un 'divide y vencerás' que ha alimentado el miedo y la resignación

Un repartidor de Glovo pedaleando en Barcelona.

Un repartidor de Glovo pedaleando en Barcelona. / periodico

Mar Calpena

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“Tengo derecho a pedir que me permitan subsistir”, cantaban los Sírex en 'Maldigo mi destino'. Puede parecer una ingenuidad, pero en tiempos de precariedad la simple afirmación de los derechos se convierte en subversiva. Todo periodista freelance cuenta alguna historia de terror con los medios, aunque siempre en 'petit comité', por lo que pueda pasar. Y lo mismo se vive en otros muchos sectores donde la dispersión y la plataformización son, cada vez más, la norma. Portales online de psicólogos que tarifan por minutos y pierden la salud mental propia mientras salvan la ajena, abogados que defienden derechos en bufetes que no son más que 'call centers', empleados de supermercados rápidos que viven en una continua carrera contra el reloj para que alguien no 'sufra' esperando más de diez minutos una tarrina de helado… La precariedad laboral, según un informe del Instituto de Economía Internacional de la Universidad de Alicante y CCOO, afecta a la mitad de los trabajadores del país, en la línea de lo que afirmaba otro estudio del Observatorio Social de La Fundació la Caixa, que indicaba que España está por encima de la media europea en cuanto a autoempleo involuntario, o, lo que es lo mismo, a autónomos que son tales porque no les queda otra opción. Todo esto no es un accidente económico, ni la explosión de un volcán, ni la mutación casual de un virus en un murciélago o un pangolín: es una característica estructural de un mercado de trabajo desigual, y que, por cierto, no mejora ni siquiera cuando la economía remonta. El sistema apostó en su momento por las externalizaciones salvajes y por el sector servicios, donde los trabajadores están mucho más atomizados y desorganizados que en la industria, en un 'divide y vencerás' que ha alimentado el miedo y la resignación, pero que ya no funciona económicamente más que para los especuladores, y menos aún con una inflación desenfrenada. Se creyó que se podía construir un edificio muy alto obligando a los cimientos a ser débiles. No nos pongamos ahora las manos a la cabeza si todo se tambalea.

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