Iván y Lucía
Resulta incomprensible que, con unos avances tecnológicos del carajo y una lucha por la igualdad que se libra en muchos escenarios, el sector juguetero continúe exhibiendo tics tan rancios
Carles Francino
Periodista
Carles Francino
Tengo una hija de nueve años que está hasta los ovarios de que su hermano de once la mortifique. Su concepto de la justicia y sus reservas de paciencia hacen que salte a menudo y se defienda, a veces con palabras, pero también con respuestas que evocan pasajes de la serie 'Antidisturbios'. Más allá de las molestias que a su madre y a mí nos provocan esas trifulcas, albergamos pocas dudas de que Lucía es razonablemente feliz y tiene cuajo para tirar adelante en la vida. Iván también porque es listo y buena gente, aunque con esa vena de cabroncete que le sale a veces. Ganas de hacerse notar. Y sin embargo, con edades tan tempranas, ya nos tenemos que esforzar para que la niña no se resigne a lo que dice el niño. Nosotros, desde luego, no se lo hemos enseñado.
Me ha venido todo esto a la cabeza tras leer, en 'El Periódico de España', un reportaje de Violeta Molina titulado 'Barriguitas versus megacoches: el cuento de nunca acabar de la publicidad sexista', donde se constata cómo la idea de autoridad masculina aparece reforzada en cada detalle del mundo de los juguetes infantiles, incluidas las voces de los anuncios; las de ellas son ñoñas, las de ellos potentes. Yolanda Domínguez también ha estudiado el fenómeno en su libro 'Maldito estereotipo'. Resulta incomprensible que, a punto de despedir 2021, con unos avances tecnológicos del carajo y una lucha por la igualdad que se libra a brazo partido en muchos escenarios, este sector continúe exhibiendo tics tan rancios. Por eso doy por sentadas las críticas a la campaña en forma de 'huelga de juguetes' que ha lanzado el Ministerio de Consumo para combatir la publicidad sexista. Porque existe un discurso interesado que presenta cualquier norma o cambio como una intromisión en la libertad individual. Dictadura progre, lo llaman algunos de los que añoran la otra dictadura, la del general. Pero, precisamente por eso, creo que habría que andarse con pies de plomo para que iniciativas con vocación pedagógica no sean percibidas como una matraca moralista. Aunque solo sea para que los Ivanes y las Lucías se lleven mejor.
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