Conocidos y saludados

La historia interminable

Son ya muchos años aspirando en balde a que España expulse sus demonios y que sea el hombre el dueño de su historia, como pedía el poeta, muchos lustros deseando que la derecha en su conjunto se modere, su centro se liberalice y su extremo se apacigüe

Pedro González Trevijano

Pedro González Trevijano / David Castro

Josep Cuní

Josep Cuní

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Quien interesándose por la agria política partidista siga las sesiones de control al Gobierno en el Congreso los miércoles por la mañana con voluntad de imitar, es probable que salga a la calle a morder al contrario. Emularía al Luis Suárez del Ajax y del Liverpool, doblemente castigado por su impulso dental.

En cambio, quien observe la representación con responsable intención formativa, lo previsible es que abdique cansado de tanto abuso y fatigado de tanto despropósito. Y se convenza, a lo Gil de Biedma, de que de todas las historias de la Historia sin duda la más triste es la de España porque termina mal.

Pasa el tiempo y aquellos versos libres y adaptados siguen vigentes. Caducan las razones pero siempre aparece otra que permite repetir los errores, recaer en la tentación, invocar a los diablos nunca dormidos y siempre atentos y buscar la provocación allí donde debería aportarse solución. Y siempre dando lecciones a los demás de los derechos que uno no respeta, la moral que no practica, la inteligencia que no cultiva y las obligaciones que no cumple. Fiel reflejo de la tierra del refrán que advierte que una cosa es predicar y otra dar trigo.   

Son ya muchos años aspirando en balde a que España expulse sus demonios y que sea el hombre el dueño de su historia, como pedía el poeta. Algunos decenios esperando que las maquinarias de los partidos políticos liberen a las organizaciones del Estado secuestradas, disimuladamente primero, torticeramente después, para poder controlarlo. Muchos lustros deseando que la derecha en su conjunto se modere, su centro se liberalice y su extremo se apacigüe. Quizá los mismos que median entre la Constitución como gran referencia legal y su sobrenatural designio teológico. Los que han cambiado su lectura generosa y edificante inicial a la limitada y carcelaria actual que nunca pretendieron sus padres redactores. Eso volvió a evidenciarse el día de su aniversario.       

En una mañana fría y en un acto desangelado, la presidenta del Congreso defendió a los partidos que con tanto ardor trabajan para ser vilipendiados. Meritxell Batet les reclamó lealtad constitucional y que eviten llevar las leyes que les disgusten a los tribunales porque “la judicialización de la política supone la politización de la justicia”. Y añadía: “El comportamiento y la actuación de los representantes políticos también se ha convertido en el alejamiento de parte de los ciudadanos por la traslación a la sociedad del enfrentamiento y la crispación”. Ante esta obviedad el PP se dio por aludido y demostró sus pocas ganas de cambiar de registro alejando, aún más, el imprescindible consenso para la actualización de la Carta Magna que incluso el nuevo presidente del Tribunal de Garantías ve necesaria. Eso sí, en un clima de distensión que  no se da y aplicando la inteligencia que ha huido.

Pedro José Gonzalez-Trevijano Sánchez (Madrid, 13 de marzo de 1958) intentaba así buscar la equidistancia que su obra no demuestra. Ni por su reciente sentencia declarando inconstitucional el primer estado de alarma de la pandemia ni por su discutido currículum académico que culminó como rector de la Universidad Rey Juan Carlos, donde Pablo Casado consiguió en un curso 18 convalidaciones de 22 sin asistir a clase ni conocer a sus profesores. Y así avanzaron dos hombres rehenes de su historia.

Suscríbete para seguir leyendo