Nuevos hábitos

Los balcones serán siempre nuestros

Empezamos a colonizar los balcones con sigilo, ante los toques de queda y el miedo al espacio compartido que era la calle, y ahora no queremos renunciar a las plantas y su mera existencia

Balcón

Balcón / Artur Aleksanian |Unsplash

Carol Álvarez

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La temporada de vientos sacude árboles pero también conciencias, las fachadas se vuelven lugares amenazantes mientras las autoridades dan consejos para que revisemos nuestros balcones para evitar caídas de macetas y otros objetos. Toda una ornamentación navideña se desprendió de una terraza y obligó esta semana a actuar a los Bomberos. Se ha hecho imposible vivir de espalda a nuestras terrazas. Eso pasa en los países mediterráneos más que en los que son fríos: Islandia apuesta más por fachadas acristaladas para potenciar el valor de la luz y evitarse las continuas inclemencias del tiempo que les azota en un país con apenas 30 días de sol intenso al año.

Pasear por Barcelona te lleva a barrios construidos en diferentes épocas en las que la arquitectura predominante era más o menos consciente del valor real de un balcón. Metros cuadrados que se pagan, y que se pierden de habitabilidad, por ejemplo. Así se entendió durante mucho tiempo el balcón, como un apéndice donde poner una planta o una silla si no tienes vecinos demasiado cerca, o el ruido de coches y sus humos muy encima. Eso si no se optaba por el cerramiento del espacio, que hizo furor en los años setenta y llevó a barbaridades arquitectónicas, mucha ilegalidad y un negocio floreciente para los que se montaron un servicio de carpintería de aluminio. 

Las modas urbanas

La calle es paseable, hay zonas verdes, nada que ver con otras sociedades urbanas. ¿Para qué un balcón si tiene un coste?. El procés recogió el espíritu intermitente de barrios que usaron los balcones para protestar. Las sábanas con proclamas, siempre enfadadas contra algo, un local ruidoso que abría, unas vías de tren que nunca se soterran, una actuación municipal en la zona que no gusta. Las banderas emergían solo en días señalados, políticos, en la Diada sobre todo. Llegó el procés y las banderas colorearon nuestras fachadas, esteladas, senyeras, pancartas de libertad cuando los promotores del referéndum acabaron en la cárcel. Ahora asoman mucho menos, algunas desteñidas, muy localizadas. Llaman a la amnistía, las que se pueden leer.

Los aplausos de las siete

Pero los balcones, esa puerta al exterior, esa frontera física entre el interior y lo privado y el mundo, cogieron de verdad el protagonismo que se merecen con el confinamiento. Con los aplausos a las 19 de la tarde a los sanitarios y profesionales esenciales que se jugaban el tipo cada día ante una pandemia que aún a día de hoy no entendemos del todo. Empezamos a colonizar los balcones con sigilo, ante los toques de queda y el miedo al espacio compartido que era la calle. Mesas y sillas se ganaron su sitio sobre el suelo de terrazo, las plantas se multiplicaron, la vida ocupó espacios abandonados por muchos de sus ocupantes. 

La bandera gay

Pero esa avanzadilla también ha tenido sus tensiones. Un vecino de la ciudad hizo viral esta semana su protesta porque el propietario de la finca no le dejaba colgar una bandera de simbología gay en los barrotes, algo que dañaba la fachada. Recuerdo una fachada de la calle Marina de Barcelona que durante lo peor del procés mostraba tantas banderas de tantas ideologías y símbolos que emocionaba. Debía ser de un piso compartido. Humanizaba la fachada y daba qué pensar.

No sin mis plantas

También crecen los conflictos entre propietarios e inquilinos por la exposición de plantas en los balcones. Una antigua inquilina de un piso de Sants ha sido conminada por el dueño de la vivienda a que retire las plantas que tiene en el exterior con la excusa de que su peso y humedad dañan el espacio. Ahora reparte las plantas entre las amistades, sin comprender esta imposición. 

Otro inquilino pide consejo en internet porque su casero, ante unas obras en la terraza, le advirtió que solo era legal la tenencia de plantas pequeñas y medianas y nunca en contacto directo con el suelo. El inquilino no sabía qué hacer, teniendo como tenía plantas de distinta envergadura.

Los balcones serán siempre nuestros, dan ganas de proclamar, ahora que por fin los hemos hecho visibles, habitables, vivos.

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