Pros y contras

Me pesa Zemmour

Éric Zemmour, en una imagen de archivo.

Éric Zemmour, en una imagen de archivo. / AFP

Emma Riverola

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No me enfrentaré a su nombre en las papeletas electorales. Las posibilidades de encontrarme con un votante suyo son ínfimas. No tendré que escuchar sus argumentos en ningún debate que afecte a mi voto. Pero, aún así, me pesa Zemmour. Me pesa ese candidato a la presidencia francesa, más a la derecha de Le Pen. Me pesa su carga dramática, sus dotes comunicativas, su provocación sin ninguna barrera moral. Me pesa su reivindicación del régimen de Vichy, asegurando que salvó a los judíos franceses al deportar, solo, a los judíos extranjeros. ¡Y él es judío! Me pesa su “alejaremos de las aulas de nuestros niños el pedagogismo, las ideologías izquierdistas pro-islam y LGTB”. Me pesa porque, aunque no tendré su papeleta en mis manos, el hálito de su odio, de su desprecio, sí es capaz de atravesar fronteras. El hedor de esos espectros convocados y exhibidos sí envenenan nuestro aire. Y da aliento a la xenofobia, el nacionalismo excluyente y los debates enconados que ya campan a sus anchas sobre la tierra que piso.

Me pesa Zemmour porque cada vez son más Zemmour. Y más desacomplejados. Y más presentes. Me pesan porque un día los creímos desterrados, relegados al museo del horror, y ahora regresan. Y siguen vivos.

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