Décima avenida

Juan Carlos I, una amenaza para la Corona

El agravio, la opacidad y el privilegio hereditario son difíciles de tragar en la España del siglo XXI

El Rey emérito Juan Carlos I en el exterior del Congreso de los Diputados.

El Rey emérito Juan Carlos I en el exterior del Congreso de los Diputados. / JuanJo Martin

Joan Cañete Bayle

Joan Cañete Bayle

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En Londres, un juez británico debe decidir sobre la inmunidad de Juan Carlos I a ojos de la justicia británica a cuento de una demanda civil por difamación presentada por Corinna zu Sayn-Wittgenstein contra el rey emérito. No deja de tener su aquel que sea la justicia británica la que acabe dictaminando sobre la inmunidad de Juan Carlos I, un tema que en España es de aquellos de ponerse las manos en los bolsillos y silbar. A falta de que la fiscalía del Tribunal Supremo termine (en todo el sentido del término) las diligencias penales abiertas contra el rey emérito, son la justicia suiza y la británica las que dirimen el devenir legal del padre de Felipe VI.

Mientras en Londres se discute sobre la inmunidad de Juan Carlos I, en Madrid la ministra portavoz del Gobierno, Isabel Rodríguez, admitía que no hay hoja de ruta para la modernización de la Corona como anunció Pedro Sánchez hace casi un año. Entonces, el Gobierno iba a trabajar con la Zarzuela para la renovación de la Corona en pos de transparencia y ejemplaridad (dime sobre qué quieres trabajar y te diré de qué careces). Hoy, según Rodríguez, lo importante es la recuperación económica. Como si hace un año no lo fuera también.

Poco entusiasmo

Es comprensible el poco entusiasmo que la reforma de la Corona levanta en el PSOE, erigido en el partido más fiable para la supervivencia de la monarquía en España. A su izquierda, los socios republicanos del Gobierno se relamen con cada nueva revelación que afecta al emérito. A su derecha, PP y Vox han dado el peor golpe posible a la Corona en España: apropiarse de ella, identificarla con una ideología concreta (Felipe VI contribuyó a ello con su malhadado discurso del 3 de octubre de 2017). Lo último que necesita Sánchez es meterse en el laberinto de una reforma de la monarquía.

El caso es que cualquier amigo de corazón de la institución y de Felipe VI debería estar interesado en ello. La Constitución de 1978 sufre fatiga extrema a causa de aquellos que, a fuerza de amarla tanto, la dañan de gravedad con su rechazo a reformarla. Para aquellos que no nacieron en el campo de acción gravitacional del franquismo y de la Transición es muy difícil entender que al padre del jefe del Estado la inmunidad le proteja de cargos como de los que se le acusa. La distinción entre el padre, el hijo y la Corona suena a un 'Juego de Tronos' sin zombis (¡aburrido!) a quienes solo ven una institución hereditaria en la que hoy reina el hijo del monarca de ayer y mañana reinará la hija del rey de hoy. ¿Cómo diferenciar una cosa de la otra? Y más cuando entre inmunidad e impunidad tan solo median dos letras de distancia.

Cuando el aura de Juan Carlos I empezó a declinar su relato pasó de ser el del hacedor de la democracia al de un Borbón que tras la muerte de Franco tuvo como principal objetivo (si no único) salvar la monarquía. Si se parte del hecho de que el objetivo de todo rey es conservar y transmitir la corona a su linaje, Felipe VI y su padre están jugando con fuego. A veces, da la impresión de que la Casa del Rey y su corte no calibran el potencial tóxico de las andanzas del emérito en la España del siglo XXI. El agravio, la opacidad y el privilegio hereditario son difíciles de tragar. 

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