Relaciones de pareja

El buen amor

En el luto por la muerte de Almudena no he dejado de ver amor por todas partes. El de sus lectores y lectoras, de una parte de la sociedad que la ha honrado como mejor ha podido

Almudena Grandes

Almudena Grandes / Jose Luis Roca

Ana Bernal-Triviño

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Recuerdo cuando en el instituto, en clase de Literatura, nos hablaron de 'El libro del buen amor'. En plena adolescencia, ese tipo de títulos atraía la atención de casi toda la clase, buscando si aquellas páginas podían explicar algo de esas situaciones que no sabíamos bien dominar. Tampoco era el libro para tomar el mejor ejemplo. Pero aquella inocencia se va borrando en cuanto vives, te enamoras, te desenamoras y te vuelves a enamorar. Que sobre el amor no hay libros mágicos que te desvelen todo, sino que tienes que vivirlo para aprender.

Hace poco escribí que no puedo retirar de mi cabeza una imagen de Almudena Grandes y de Luis García Montero. Es una fotografía en blanco y negro, donde ella descansa su cabeza sobre el brazo de él. En este luto por la muerte de Almudena no he dejado de ver amor por todas partes. El amor de sus lectores y lectoras, de una parte de la sociedad que la ha honrado como mejor ha podido. Pero también el amor en el duelo, de un hombre roto por una muerte sin remedio y que lo ha alejado de su compañera de camino para siempre. 

He leído decenas de mensajes en redes sociales sobre la fortuna de terminar tus días con un amor así. Los versos y palabras cruzadas entre sus libros eran como una rúbrica pública de sus sentimientos. “Ojalá un amor como el de Almudena y Luis”, me decía una amiga. Dice la encuesta del CIS que más de la mitad de los españoles cree en el amor para toda la vida. Contrasta con la idea que reciben tantos jóvenes, a los que se les pone de reto ligar rápido o hacerles pensar que tener sexo de una noche es un éxito, cuando el verdadero éxito sería que, con tu pareja, tuvieras una complicidad por encima de todo

No sé yo cuánto de cierto tiene la encuesta del CIS con eso del amor para toda la vida. Agarrarse a ese mito no trae siempre buenos resultados. Estamos rodeados de ideas románticas que, al final, no tienen nada que ver con el amor de cada día. Porque el amor también evoluciona. Se rompe, o agoniza, o muere, o renace en un cariño diferente. Pero a veces aparecen parejas como Almudena y Luis que te hacen pensar en esa fortuna de coincidir, en el camino, con la persona correcta.

Su relación me ha hecho pensar mucho estos días sobre el amor en pareja. Por qué a veces aparece para quedarse, por qué a veces se diluye, o cómo se construye, sin que todo lo malo te aplaste. Y aquella adolescente del instituto hoy solo sabe que quizás es algo más sencillo. Quizás el buen amor sea la sensación de estar segura con su compañía, sin ni siquiera necesidad de hablar, mirarse sin que dé vergüenza, preguntar cómo estás con compromiso, escuchar, no mentir, no jugar con los sentimientos... Quizás sea solo tratar a otra persona como quieres que te traten a ti. Cada uno entiende el amor a su manera pero yo cada vez voy reduciéndolo a cosas más sencillas: respetarse y admirarse. Solo así, cuando el despertar fugaz se pasa, la persona se queda. 

Y en estas, me preguntaba por la muerte del amor, cuando se desvanece y queda reducido todo a cenizas. Y a veces no ocurre ese proceso igual en las dos partes, cuando la ruptura es solo de una lado. Una parte tiene que gestionar qué hacer con el amor que aún siente y que ya no puede depositar en nadie. La otra tiene que pensar qué hacer con el amor que ya no siente y que necesita transformar para avanzar. Decía Anaïs Nin que “el amor nunca muere de muerte natural. Muere de ceguera, errores y traiciones. Muere de enfermedad y cicatrices, muere de cansancio”. Y es así, ocurre así, gota a gota y día tras día, mientras afrontas un duelo no previsto. 

Pero el amor no siempre llega a un fin en vida. ¿Cómo apagar el amor cuando no se termina una relación, sino que se muere la vida de quien amas? ¿Cómo se afronta el duelo cuando no acaba el amor? Cómo te levantas sin esa persona, con sus zapatillas vacías, sin el sonido de su cucharilla agitando el café, sin su silencio que hacía compañía, sin su sonrisa o manías y con el vacío de la ausencia. Es sobrecogedor asumir cómo el amor perdura incluso más allá de la muerte, de forma inevitable. Y a lo mejor hay que darle menos vueltas a todo. Porque quizás el buen amor es más sencillo de identificar. El buen amor es lo único que no puede enterrarse. 

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