Prohibir leer
Me parece necesaria la creación de un observatorio de la censura en los libros, para recoger y denunciar de forma oficial y constante este tipo de acciones. Los extremismos y las tendencias revisionistas así parecen hacerlo necesario
Carme Fenoll
Directora del Àrea de Cultura i Comunitat de la Universitat Politècnica de Catalunya (UPC).
Carme Fenoll
'Caperucita y las lobas feroces’, así titulaba Juan Soto Ivars, en EL PERIÓDICO del 12 de abril de 2019, un artículo de opinión vinculado a una práctica polémica vivida en la escuela Tàber, de Barcelona. Es poco frecuente que las bibliotecas escolares de nuestro país sean noticia en los medios y también lo es que las familias intervengan en la purga de la colección de fondos bibliográficos de las escuelas. En aquella ocasión, la autodenominada comisión de género, junto con la asociación Espai i Oci, decidieron revisar el fondo infantil de la biblioteca escolar con perspectiva de género. Los libros apartados pasaron a denominarse 'libros tóxicos'. La decisión se hizo pública aquellos días y la noticia saltó a los medios y ocupó las tertulias y espacios de opinión de la mayoría de nuestras cabeceras.
La anécdota de pretendida corrección política y censura progre del párrafo anterior parece, en cambio, una broma si nos fijamos en Estados Unidos, donde este tipo de noticias configuran una parte no despreciable del debate cultural y educativo y, por lo tanto, de la política. Se hacía eco este diario el pasado lunes 15 de noviembre, hablándonos de las guerras culturales, la cultura 'woke' o el símbolo ‘Beloved’. Ambos movimientos nos tienen que poner en alerta. Una de las respuestas interesantes que vemos en Estados Unidos, para conocer y denunciar prácticas de censuras y purgas a las bibliotecas, la encontramos en la celebración anual de la ‘Banned Books Week’. La semana de los libros prohibidos es un acontecimiento que celebra la libertad en la lectura. La edición de 2022 está anunciada por los días 18 a 24 de septiembre y hace hincapié en explicar los capítulos actuales e históricos de censura de libros en las bibliotecas y en las escuelas. Uno de los rasgos diferenciales que hace que la acción sea relevante es que reúne a toda la comunidad del libro: bibliotecarios, libreros, editores, periodistas, escritores, profesores y lectores. Quién sabe si, en el fondo, hacer hincapié sobre la prohibición también es una forma de fomentar la lectura, sobre todo entre los adolescentes.
Pero volvamos a la censura de libros en nuestras tierras. Es posible que, en nuestro imaginario, asociemos la prohibición de libros al franquismo, a los llamados infiernos de las bibliotecas y a los tiempos donde se asumía muy claramente que los libros pueden modificar ideas y actitudes y, por lo tanto, transformar ideologías.
¿Podemos decir que, aquí, la censura de libros es cosa del pasado?
Las noticias parecen desmentirlo. El pasado mes de octubre, EL PERIÓDICO se hacía eco de la sentencia de un juez de Castelló que obligaba al ayuntamiento a retirar 32 libros de temática LGTBI en once institutos. La medida, impulsada por la Fundación Abogados Cristianos, recogió casi 9.000 espaldarazos en menos de 24 horas. Por lo tanto, este tipo de episodios están lejos de formar parte del pasado. La diferencia con Estados Unidos es que aquí no son recogidas y denunciadas por todos los colectivos de una forma organizada y beligerante.
En el mundo de las bibliotecas de nuestro país, el Servei de Bliblioteques de la Generalitat organizó, en 2015 y 2016, unas jornadas llamadas Nihil Obstat (ved el programa), donde el colectivo de bibliotecarios abría la reflexión de cómo actuar ante la censura y la autocensura en la elección de libros. La iniciativa reunió a profesionales especializados, como la bibliotecaria Valerie Nye, experta de la American Library Association (ALA), que ha recogido prácticas de todo el mundo (también la mencionada al inicio de este artículo) en el libro ‘Intellectual freedom stories: from a shifting landscape’, editado por ALA.
La jornada bibliotecaria Nihil Obstat tuvo un impulso popularizante, enmarcándose en la Fira del Llibre Prohibit, con sede en Llagostera y dirigido por la bibliotecaria y activista cultural Montse Vila. Estas iniciativas fueron fuente de inspiración de la Setmana de la Cultura Prohibida, que tuvo lugar al Born CC. Desgraciadamente, no me consta ninguna iniciativa similar en estos últimos tiempos. Me parece totalmente necesaria la creación de un observatorio de la censura en los libros, para recoger y denunciar de forma oficial y constante este tipo de acciones. Los impulsos políticos extremistas y las tendencias revisionistas así parecen hacerlo necesario.
Habrá que aliarnos para reivindicar la necesidad de abrir miradas, desde las escuelas y bibliotecas. Y está claro, no podemos renunciar a tener bibliotecas escolares, pero este es un tema que daría por otro artículo y donde quizás tendría que autocensurarme la lista de agravios a hacer.
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