Pros y contras

Del incendio de la sucursal fantasma

Lo que más impresiona de la tragedia de la plaza de Tetuan es que quien debía saberlo (y actuar, pues) ya lo sabía

Mihaita Dragomi, hermano de la mujer fallecida en la plaza Tetuán

Mihaita Dragomi, hermano de la mujer fallecida en la plaza Tetuán / Ferran Nadeu

Josep Maria Fonalleras

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A medida que hemos sabido detalles del incendio de la sucursal bancaria abandonada de la plaza de Tetuan, el dolor se ha vuelto rabia e impotencia. Un incendio como este quema y ahoga, mata a personas y a sueños etéreos de resurrección, pero también es una ola enorme que hace flotar la inmundicia, que nos muestra, mientras observamos atónitos el hollín moral de la sociedad en la que vivimos, la miseria en un estado puro, la evidencia de un mundo soterrado, paralelo al de las grandes avenidas iluminadas. Vivir allí donde aquella familia murió significaba pagar a una mafia para disponer de un espacio sin luz y sin agua, sin calefacción, sin ventanas. Pero lo que más impresiona de la tragedia, más que el retrato de una vida cotidiana donde señoreaba la fragilidad, donde todo era precario y oscuro, es que quien debía saberlo (y actuar, pues) ya lo sabía. Sé a ciencia cierta que los trabajadores sociales trabajan en unas condiciones difíciles en extremo. Hacen lo que pueden, pero ellos mismos advierten de que la inacción de las administraciones "es flagrante". ¿De verdad no se puede hacer nada (nada contundente, quiero decir, y no parches humanitarios) para evitar más muertes anunciadas, más vidas asfixiadas?

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