Apunte

Manso líquido sin carácter

Juanmi Betis Barça

Juanmi Betis Barça / Jordi Cotrina

Josep Maria Fonalleras

Josep Maria Fonalleras

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Podríamos llamarla “Teoría del agua desbravada”, que es lo que ocurre con el agua con gas cuando lleva un tiempo abierta. Por mucho que aprietes el tapón, por mucho que lo enrosques, por mucho que intentes mantener la efervescencia inicial, al final – y no sabes cómo (alguna teoría científica debe haber), las burbujas se van, tienden a desaparecer, y luego el agua se convierte en algo que no es ni burbujas ni agua sin más, sino todo lo contrario, una especie de manso líquido sin carácter. Eso es lo que ocurrió con el Barça en una de esas puestas de sol tan artísticas y tan coloreadas, típicas de un diciembre que parece que monte un diorama teatral en el cielo. Casi parecía por encargo, pero lo cierto es que el atardecer de Barcelona se tiñó de azulgrana, y lo hizo a la misma hora en que Dembelé saltaba al campo. Otra teoría, la “Teoría de la paleta de pintura celestial”.

Este espectáculo de nubes combinadas de tal manera, con la luz solar en su decadencia, que nos enseñan un escenario mágico, dura unos pocos minutos. Llega de manera inesperada y, en muy poco tiempo, se desvanece, ante la inminencia de la oscuridad. Una ilusión óptica. Este Barça va tirando como puede, como agua que pierde el gas y como tarde que muere polícroma en el crepúsculo. Es decir, ilusiona por momentos (cuando aún mantiene el burbujeo inicial, cuando todavía las nubes imitan a un Turner), pero después todo se torna líquido sin personalidad y noche cerrada. Ocurre con la electricidad primera de Abde, con la irrupción celestial de Dembelé, con los escasos destellos de Coutinho, con la rotundidad de Memphis. Al poco, todos se desvanecen.

Espejismo, ilusión

Un amigo me escribe después del partido y me dice: “Ni la UEFA”, y otro me comenta que el problema es la Champions 22-23, “es lo que ahora me preocupa”. Está escrito que esta temporada nos tendremos que conformar con la Europa League, porque los bávaros no son precisamente béticos, y con estas alforjas pensar en ganar en Múnich es un despropósito o un acto de fe ciega, irracional, pero lo peor es que, a estas alturas, perdemos en casa con un rival directo para entrar en Europa, quiero decir en la “UEFA” del 22-23.

La gala del Balón de Oro del lunes fue un espejismo, porque creíamos estar viendo lo que en realidad no veíamos. El Barça en peso copando los primeros puestos, el mejor de los jóvenes, Messi triunfando con la séptima. Como en aquellos tiempos gloriosos. Pero era el Barça femenino (majestuoso, dominador, eso sí, por supuesto, con Alexia Putellas enfundada en un incómodo vestido de gala), Pedri estaba lesionado y el argentino, con sus propios hermanos Dalton en forma de hijos vestidos de lentejuelas, los pobrecitos, jugaba en París. Espejismo, ilusión. Este martes, viviremos en Baviera el frío polar de un invierno que ya está aquí. Realidad, puñetera realidad.