Entierro de Almudena Grandes

Completamente viernes

Cayó sobre el féretro la tierra húmeda, la misma tierra que se traga lo pequeño, lo prescindible, lo mezquino

Entierro de Almudena Grandes

Entierro de Almudena Grandes / David Castro

Olga Merino

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De nuevo el cáncer, el ‘putocáncer’, el zarpazo de una vida arrebatada a deshora. Morirse a los 61 no debería figurar en el guion. Esta vez, Almudena Grandes, una más, como tantas otras personas anónimas víctimas del gran martillo de nuestro tiempo. Los telediarios del lunes emitieron una ráfaga del entierro, en el cementerio madrileño con el que la escritora comparte nombre, donde centenares de amigos y lectores la despidieron con un hermoso homenaje, enarbolando novelas suyas como espadas contra el olvido. También ondearon banderas republicanas con la franja morada. El cielo azulísimo, rostros de frío aún llevadero y, en medio del gentío, la silueta de su marido, el poeta granadino Luis García Montero, cabizbajo, metido hacia dentro, en un chaquetón tres cuartos de color gris que no parecía abrigar demasiado contra las intemperies. Me conmovió. Proyectaba una imagen de aturdimiento, de niño perdido sin zapatos en medio de un bosque espeso, desvalido, «como el cuerpo de un hombre derrotado en la nieve, / con ese mismo invierno que hiela las canciones». Imaginé las voces a su alrededor, las condolencias, las frases hechas que decimos cuando no sabemos qué decir, los pésames revoloteando como pájaros alrededor de su cabeza, incapaces de penetrar con el pico en la almendra de la pena. El dolor de la viudez. La ceniza en el pecho. 

El poeta desolado quiso dejar en la sepultura un ejemplar de ‘Completamente viernes’, el poemario que le dedicó en su día («A Almudena»), la gavilla de versos que compuso entre 1994 y 1997, cuando se gestó su historia, en esos principios en que el amor es un estallido, un viernes brillante, puro presagio, promesa intacta. Después, supongo, cerrarían la tumba; las cámaras respetaron el momento de intimidad. Caerían sobre el féretro paladas de tierra húmeda, la misma tierra que se traga lo pequeño, lo prescindible, las calles, los hijos predilectos, el carajo de la vela y las mezquindades. Ni el alcalde Almeida ni la presidenta Ayuso acudieron al tanatorio; tampoco emitieron una nota oficial de pésame, porque Almudena Grandes no era de su cuerda y seguía hablando, la muy pesada, de los muertos en las cunetas y la herencia de la Guerra Civil.

El cineasta Pedro Almodóvar, quien asistió al entierro, anda lamentando estos días que su última película, ‘Madres paralelas’, no funciona demasiado bien en la taquilla española por el tema que aborda: las fosas comunes y la herencia de la guerra. Más o menos la mitad del país considera el asunto muy antipático, una cuestión menor, un pelillos a la mar que cuatro abuelos Cebolleta se empecinan en revivir, cuando esa es precisamente la raíz envenenada del problema, la negación de reconocer el Estado del terror que construyó el franquismo. Pero quiero convencerme de que será, de que amanecerá completamente viernes algún día. «Después que mi memoria se convierta en arena, / por detrás de la última mentira, / yo seguiré esperando».       

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