Adiós a una figura irrepetible

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La Barcelona de Bohigas

El mejor homenaje que se le puede hacer es aspirar a que la Barcelona de mañana siga siendo creativa, abierta al mundo y emprendedora

El arquitecto Oriol Bohigas en su casa de la Plaça Reial, con motivo del premio Català de l'Any en el 2016.

El arquitecto Oriol Bohigas en su casa de la Plaça Reial, con motivo del premio Català de l'Any en el 2016. / JULIO CARBÓ

La muerte del arquitecto y urbanista Oriol Bohigas obliga a echar la vista atrás y recapitular prácticamente todo lo relevante que ha sucedido en la ciudad de Barcelona en los últimos 70 años. Nada le fue ajeno -como protagonista, ideólogo, gestor, compañero de viaje o comentarista incisivo- en la reconexión con la modernidad de la arquitectura catalana; en la definición del urbanismo de la capital, en la evolución ideológica de la burguesía de izquierdas de este país, desde el antifranquismo insobornable hasta, en casos como el suyo, el viaje hacia el soberanismo; en la continuidad del legado cultural y cívico del catalanismo del primer tercio de siglo XX superando el marasmo del franquismo; en la apertura a la modernidad internacional; en la consolidación de instituciones clave, como la escuela de arquitectura de la UPC, la Fundació Miró o el Ateneu Barcelonès. Y en el campo del urbanismo, su contribución al modelo Barcelona desde sus responsabilidades en los primeros consistorios democráticos (dignificación de la periferia, esponjamiento del centro, recuperación del espíritu de Cerdà en el planeamiento de la Vila Olímpica) es capital, tanto en sus grandes aciertos como en las apuestas que con los años han mostrado la necesidad de una reformulación. Una aportación que a veces ha eclipsado la labor estrictamente arquitectónica de su estudio MBM

En la biografía de Bohigas se repite varias veces la palabra 'escuela'. En sus orígenes académicos y familiares de inspiración republicana, en su labor como impulsor de la escuela de arquitectura de Barcelona que heredaba la tradición moderna del GATPAC y el Grup R, y en su papel central en la consolidación de la ETSAB como una facultad de arquitectura con prestigio internacional. Y no es casual. En la historia del catalanismo no han sido pocos los arquitectos con proyección política y cultural cuya labor llenó de sentido la expresión «construir» aplicada a los fundamentos del país y que han ejercido un magisterio perdurable. Bohigas ha sido el último de ellos.

Más allá de los méritos personales acumulados durante su larga carrera, la figura de Bohigas es inseparable de la ciudad a la que dedicó toda su vida y en la que dejó huella. El arquitecto fallecido el martes es la personificación de lo mejor que puede dar de sí Barcelona. El Bohigas polemista, sin pelos en la lengua, sin miedo (más bien lo contrario) al escándalo y la controversia -el «noucentista terrorista» tan bien definido por Juli Capella en la exposición sobre su figura que comisarió hace 20 años-, es el modelo de la Barcelona crítica y autocrítica, reflexiva pero audaz, no el de la lamentación, la queja de corto recorrido o, aún menos, de la complacencia. Un modelo de actitud a seguir incluso para los que llegaran a conclusiones opuestas a las suyas. El Bohigas en el que el pensamiento llevaba a la acción era una muestra de la mejor Barcelona que promueve, proyecta, idea y emprende, no de la que se debate en la parálisis. Como escribe hoy la catedrática Maria Rubert, glosar la figura de Bohigas es también «un reconocimiento a lo que hoy es Barcelona. Una ciudad que querríamos socialmente más equilibrada y también más alegre y plural, como la que contribuyó a agitar, dibujar y construir». 

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El mejor homenaje que se le puede hacer es aspirar a que la Barcelona de mañana siga siendo creativa, abierta al mundo, fiel a su historia y valiente a la hora de emprender nuevos proyectos y reinventarse entendiendo cuáles son sus nuevas necesidades, posibilidades y aspiraciones.