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Un servicio al que en la práctica no se puede acceder si no tienes ordenador ni competencias informáticas no puede llamarse democrático
¿Cuántas horas a la semana, cuánto esfuerzo y cuántas peleas con el ordenador y cuántos momentos de frustración le cuesta a nuestra salud mental lidiar con la nueva burocracia digital? No, lo digital no es nuestro amigo, como tampoco lo son los contestadores automatizados, que no automáticos, porque lo único automático que consiguen es irritarnos. La nueva ley de servicios de atención al cliente, cuyo proyecto de ley se ha aprobado recientemente, obligará a las empresas de más de 250 empleados a garantizar que a sus clientes los atienda una persona de carne y hueso y no un menú robótico lleno de opciones escherianas. Pero eso será solo en determinados servicios, como la telefonía, mientras por otro lado los bancos seguirán obligándonos a pagar por pasar por ventanilla y continuaremos batallando con los crípticos requisitos de ayuntamientos e instituciones para cobrarles una factura -dicen que te convalidan un par de cursos de Ingeniería de Sistemas, si lo logras a la primera- o, peor, nos quedaremos otra vez en el limbo burocrático de intentar pedir hora en 'La Meva Salut'. No se queden con el fiasco del certificado covid, porque ese es solo el colofón, la guinda de un enorme despropósito: un servicio al que en la práctica no se puede acceder si no tienes ordenador ni competencias informáticas no puede llamarse a sí mismo democrático. Y eso le ocurre a muchísimas personas, no pocas de ellas mayores, a las que solo se deja la opción de acercarse sí o sí al CAP o insistir todo el día intentando que les cojan el teléfono. Y cuando, además, los profesionales sanitarios van tan saturados de trabajo que se pierden todos los matices en las comunicaciones electrónicas, y es imposible preguntarles, matizar o aclarar nada con ellos sin volver a comenzar todo el proceso.
Pero seamos justos con Salut, porque su burocracia no es ni mejor ni peor que otras; quien peleó contra la Cl@ve PIN lo sabe. La ventanilla de Mariano José de Larra se ha convertido en el eterno mensaje de error en una pantalla; y la brecha digital, en una zanja que pone cerco a nuestros derechos.
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