Música

Si Adele se fuera con otro

La idea de que el orden de factores no altera el producto puede servir para una multiplicación, pero no si ese producto es un disco, una novela o cualquier relato

Adele

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Miqui Otero

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No es lo mismo decir “Estoy quemado, pero sale el sol” que “Sale el sol, pero estoy quemado”. Ni “Te mataría, pero te quiero” que “Te quiero, pero te mataría”. O “Voy a una fiesta, pero me pongo triste” que “Estoy triste, pero me voy a una fiesta”. 

Todo eso lo sabe cualquiera y, desde luego, lo sabe Adele. La cantante, que acaba de sacar nuevo disco, ha logrado eliminar la reproducción aleatoria de la plataforma de escucha Spotify: la opción para reproducir el álbum sin ton ni son ya no aparece como predeterminada. Según ella, esta pestaña eliminaba la intención que tiene un creador para imaginar una secuencia de temas: “Nuestro arte cuenta una historia y nuestras historias deben ser escuchadas en el orden que pretendemos”.

Puede parecer un detalle tonto, pero yo veo detrás algo más importante. La idea de que el orden de factores no altera el producto puede servir para una multiplicación, una operación conmutativa, pero no si ese producto es un disco, una novela o cualquier relato. 

En las primeras décadas del rock and roll, el formato de single de vinilo en siete pulgadas era crucial. Pero luego venía el elepé que, de alguna manera, las ordenaba en una historia, una historia que explicaba el elepé. En ese disco estaba el proceso de maduración de un año o dos, también el retrato estético y temático de una época, y por eso era memorable. Ejemplo práctico: escuchar la cara B del 'Rubber Sou'l de los Beatles. 

El auge de la música en 'streaming', reproducible con un clic, compartible con un clac, ha acentuado todavía más aquellos inicios. Los artistas no pueden desaparecer, sino que se insinúan cada poco tiempo con una nueva canción. Y el hecho de poder elegir una canción u otra pulsando un botón ha penalizado la idea de una obra larga que requiera nuestra atención durante un ratín.

No estoy hablando de la nostalgia de tecnologías pasadas. Sabe Dios que no echo en falta tener que rebobinar un 'casette' con un boli Bic. Lo que digo es que una cultura hiperacelerada que premia el destello o la frase suelta tiene sus consecuencias. Se nos hacen largas las pelis, las novelas o los discos. Yo mismo me quedé dormido un día a mitad de un Gif. Que este tipo de consumo mina nuestra paciencia y nuestra comprensión parece obvio. Que acaba con la necesidad de un contexto, también. Y esto tiene que ver con el declive de los álbumes de música, claro, pero también con cómo nos informamos a través de titulares descontextualizados o de frases malinterpretadas. Un personaje aparece con un cuchillo en la mano y lágrimas en los ojos y pensamos que ha matado a alguien, cuando en realidad quizás en la siguiente escena esté picando unas cebollas.

Hace ya 12 años, un azoradísimo Jonathan Franzen le hacía decir a un personaje, en su novela 'Libertad': “Eso era lo que me quitaba el sueño: esa fragmentación. Pasa en internet, o en la televisión por cable: nunca hay un centro (…). Intelectual y culturalmente, no hacemos más que rebotar de un lado a otro como bolas de billar lanzadas al azar”. Tampoco creo que escuchar enterito el nuevo disco de Adele nos vaya a salvar de algo, porque sería como pensar que no hacer un viaje al año en 'low cost' salvará el futuro del planeta, pero por lo menos puede ayudarnos a ser conscientes del asunto. Dicho esto, como seguro que pocos habéis llegado hasta aquí, y muchos más se han despistado por el camino, me permito acabar caprichosamente con otra Adele musical: “Si Adelita se fuera con otro, la seguiría por tierra y por mar. Si por mar en un buque de guerra, si por tierra en un tren militar”.

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