Conflicto y desigualdad

La derecha radical en América Latina está de vuelta

El lanzamiento de liderazgos carismáticos y disruptivos a través de plataformas electorales que se declaran independientes, no partidistas, encuentra precedentes en las figuras de Fujimori, Macri y Uribe

Kast, con un escudo del Capitán América, en una imagen de archivo.

Kast, con un escudo del Capitán América, en una imagen de archivo. / EP

Salvador Martí Puig

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Los resultados electorales del pasado domingo en Chile han mostrado, una vez más, la fuerza que está adquiriendo la derecha radical en toda América Latina. Después de su emergencia y consolidación en Europa, y de su estallido en Estados Unidos, la 'ola parda' está llegando con fuerza a muchos países de América Central y del Sur. 

En Chile si se suman los votos que obtuvo la candidatura de extrema derecha de José Antonio Kast (28%) con los del ultra-liberal Franco Parisi (13%), la derecha radical chilena parece tener la presidencia de la República a su alcance. Una semana antes en Argentina el líder populista de derecha, Javier Milei, se hizo un hueco en la Cámara de Diputados con el 17% del sufragio, y cotiza al alza para las próximas elecciones presidenciales. A ello se le suma, a pesar de las críticas recibidas, la posibilidad de un segundo mandato para Jair Bolsonaro, a quien nadie puede dar por amortizado. 

¿Cómo es posible la vuelta de esta derecha en la región? La respuesta más sintética es porque nunca se ha ido del todo. A pesar de que formaciones de izquierdas han llegado periódicamente a las instituciones desde los años 90, en América Latina la derecha ha continuado ejerciendo el poder a través del control económico por su vinculación con unos grupos empresariales cada vez más concentrados, por el mantenimiento de las alianzas con las fuerzas armadas y policiales, por su capacidad de crear y diseminar pensamiento gracias al manejo de los medios de comunicación, y por la relación simbiótica que tiene con 'think tanks' afines. A todo ello es preciso añadir la tradicional comunión de la derecha con las iglesias, que consideran cualquier demanda en temas como igualdad de género, aborto, matrimonio igualitario y legalización del cannabis el objetivo a batir. 

Solo así es posible comprender la capacidad que tienen la derecha latinoamericana para lanzar liderazgos carismáticos y disruptivos a través de plataformas electorales que se declaran independientes, no partidistas, ajenas a lógicas institucionales y contra los políticos tradicionales. Eso no es novedad, en el pasado ya hubo experiencias parecidas. Los casos de Alberto Fujimori en Perú, Fernando Collor en Brasil, Álvaro Uribe en Colombia y Mauricio Macri en Argentina son precursores.

En América Latina, cuando los partidos políticos programáticos y sólidos -como el PAN en México, ARENA en El Salvador, PSD en Brasil o RN y UDI en Chile- no son competitivos, quienes defienden los intereses de las derechas buscan otras herramientas más dúctiles, atractivas y ágiles para llegar al gobierno. Como señalan en una obra Juan Pablo Luna y Cristóbal Rovira Kaltwasser sobre el conservadurismo en Latinoamérica, la clave de la hegemonía de la derecha se basa en que las elites tradicionales tienen un acceso desproporcionado a los recursos económicos, institucionales y simbólicos en una región extremadamente desigual. Dicho de otra forma: el dominio de las élites en las áreas clave de la economía, la ideología, los militares, la política y las relaciones transnacionales dan la oportunidad a la derecha para transformar su oferta según la coyuntura. Así que la otra pregunta para comprender la llegada de esta “derecha radical” es: ¿Cuál es la coyuntura a día de hoy? 

La respuesta pasa por señalar que a actualmente la coyuntura da cuenta de un paisaje socio-ecomómico más empobrecido y desigual y, por ende, más conflictivo, bronco y tensionado. En este contexto es fácil imaginar que la derecha prefiera apelar al voto a través de liderazgos carismáticos y agresivos que acusen a los inmigrantes, a los ecologistas, a las feministas, y a los movimientos y partidos de izquierdas de todos los males del país. No es nada nuevo. En el pasado esta estrategia se calificó de 'populismo punitivo' y ofrecía 'mano dura' frente a la inseguridad y oportunidades económicas a partir de la desregulación neoliberal. Hoy la misma estrategia renovada añade a la fórmula anterior el descrédito (y desprecio) hacia 'lo diferente', sobre todo en temas de morales y de valores. Estas fórmulas, que llegaron hace medio siglo a través de golpes de estado, hoy se presentan en el mercado electoral como algo atractivo. Ahí es nada. 

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