La equivocación
La Generalitat tendrá presupuesto, pero la mayoría que invistió a Pere Aragonès ya ha saltado por los aires
Joan Tapia
Presidente del Comité Editorial de EL PERIÓDICO.
Joan Tapia
Al final, Pere Aragonès logrará aprobar los presupuestos de la Generalitat para el 2022, aunque en el último minuto, de penalti y por la escuadra. Pero la tortuosa senda de la aprobación ya ha dejado ver las debilidades de su presidencia.
La primera es que la mayoría independentista de 74 escaños, que le invistió hace muy pocos meses, ya ha dejado de existir porque en la votación más relevante del año -la de los presupuestos- no ha podido contar con los nueve diputados de la CUP. El ‘president’ dijo ayer que la mayoría de la investidura sigue viva, pero la realidad es que ha saltado por los aires al primer embate. Y no del Estado, sino de las cuentas bastante realistas del ‘conseller’ de Economía.
Aragonès podrá intentar reanimarla, y quizás lo logre en alguna ocasión, pero la realidad es que, hoy por hoy, gobierna en minoría y para evitar que los presupuestos fueran derrotados de entrada, al tener solo 65 escaños, tres menos de la requerida mayoría absoluta, ha tenido que recurrir a un pacto en el último minuto con los comunes. Es, pese a todo, un pacto positivo porque, aunque con demasiada improvisación, Catalunya tendrá presupuestos, lo que es obligado tanto por la crisis causada por el coronavirus como para acceder a los fondos europeos de regeneración.
Además, aunque sea forzado por la campana, Aragonès en la práctica ha admitido que no puede gobernar sin alguna ayuda de los no creyentes en la independencia. Y el grupo de Jéssica Albiach, que en cierta forma es la continuación -con mutación- de la ICV de Joan Herrera e incluso del antiguo PSUC, ha vuelto a demostrar pragmatismo y saber estar -no siempre- por encima de fronteras ideológicas.
Pero la equivocación de Aragonès es haber querido erigir una mayoría de legislatura independentista, excluyendo a la otra mitad de Catalunya e ignorando que la partición política del país en dos mitades no ha dado resultados positivos. Por eso tuvo que recurrir a la CUP, cuya existencia pone de relieve carencias de la Catalunya actual, pero que es una heteróclita coalición de protesta no apta para gobernar porque lo que quiere es atacar al 'sistema', no conducir un país.
La otra debilidad es que se ha vuelto a demostrar, por segunda vez en muy poco tiempo -la primera fue cuando tuvo que excluir a JxCat de la negociación con el Estado-, que el pacto entre ERC y JxCat se debe más al interés por repartirse el poder -y el presupuesto- de la Generalitat que por un programa coherente de futuro. Por eso JxCat, tragando con mal humor el pacto con los comunes, insistió ayer en que el ‘president’ ha fracasado en su obligación de mantener la unidad independentista.
Aragonès ha vuelto a poner de relieve que tiene la última palabra y que JxCat no puede quebrarle, pero cabe preguntarse si, con tantas divisiones, se puede navegar hacia algún puerto aceptable. Y el caos alcanza a la propia ERC porque, como resultado del pacto con los comunes, su grupo municipal de Barcelona, que la pasada semana votó contra las cuentas del Ayuntamiento del 2022, va a tener que rectificar.
Todo habría sido más fácil, y el presupuesto tendría más apoyos en la sociedad y más fuerza, si ERC no hubiera rechazado, por principio, la oferta del PSC con el argumento de que republicanos y socialistas “no tienen el mismo modelo de país”. Pero en un momento de crisis y de falta de mayoría parlamentaria resulta extraño que en una Catalunya que presume de pactista su ‘president’ no esté dispuesto ni a acordar las cuentas de un año con alguien que no tiene “el mismo modelo de país”.
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