Israel, el Estado antipático

El candidato ultraderechista Naftali Bennet y su esposa Gilat votan.

El candidato ultraderechista Naftali Bennet y su esposa Gilat votan. / periodico

Ramón Lobo

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Ser el más fuerte en una zona que se rige por las armas y la violencia extrema, ajena al respeto de los derechos humanos y de las leyes internacionales, genera una sensación de seguridad en Israel, pero tiene un punto débil: debe ser el más fuerte siempre, cada día, cada minuto.

El Gobierno de Naftali Bennet, formado en junio, solo tenía una obsesión: echar a Netanyahu. Era un asunto personal, de hartura con el personaje y sus manipulaciones, pero no un intento de cambiar de política. Su objetivo es el mismo: destruir cualquier posibilidad de acuerdo de paz con los palestinos.

Lejos queda la cumbre de Annapolis, en noviembre de 2007, en la que se acordó la hoja de ruta para crear dos Estados. Nada permanece, ni el Cuarteto ni la ONU. Hasta la UNWRA, su agencia para los refugiados palestinos, está seca, sin dinero.

Bennet siempre fue radical. En 2014 acusó a Hamás de utilizar niños como escudos humanos junto a los lanzamientos de misiles. Lo dijo después de que un navío de la Marina matara a cuatro chicos que jugaban al fútbol en la playa de Gaza.

La reciente decisión de declarar terroristas a seis organizaciones palestinas es consecuente con este pensamiento: todo aquel que se oponga, critique o difunda información sobre abusos es enemigo. Le resbalan las críticas internacionales, incluida la tímida de la Administración Biden.

Contra las oenegés

Tampoco gustan las oenegés israelís como B’Tselem que documentan los atropellos. El último es la irrupción de varios soldados en una casa palestina de Hebrón. Sacaron a 13 niños de sus camas de madrugada y les fotografiaron en pijama obligándoles a decir la palabra inglesa cheese, para simular una sonrisa. Sucedió en septiembre, pero se ha sabido esta semana.

Este tipo de actuaciones retratan el problema de Israel. De tanto deshumanizar al otro para tratarlo como un animal se han deshumanizado a ellos mismos. Es una sociedad sin rumbo moral, militarizada y abusiva con los débiles. Resulta un país cada vez más antipático.

No solo invaden casas y pueblos, y arrancan los olivos palestinos, también ocupan las palabras. Cualquier crítica de un no judío, este mismo texto, por ejemplo, se despacha con una palabra: “antisemita”, obviando que los palestinos también son semitas.

El de Bennet es un Gobierno que incluye a Yair Lapid en Exteriores y al exgeneral Benny Gantz en Defensa, dos teóricos moderados, y cuenta con el apoyo de los cuatro diputados de Raam, el partido de los palestinos israelís. Pese a lo ocurrido en estos meses, Raam optó por salvar al Gobierno, apoyar los presupuestos y evitar elecciones anticipadas. Hamas criticó la decisión, dijo que el dinero "sirve para proseguir con la confiscación de nuestra tierra".

Culpabilidad colectiva

Israel se aprovecha de las emociones que produce la memoria del Holocausto, un genocidio que afectó seis millones de judíos asentados en Europa desde hacía varias generaciones. Hay una culpabilidad colectiva por no haberlo evitado, por mirar a otro lado durante el nazismo.

Pero su impunidad con los palestinos no proviene de la historia, sino del papel esencial que juega en el rompecabezas de Oriente Próximo, con alianzas estratégicas con Arabia Saudí y Egipto contra Irán, el único con poder militar teórico para enfrentarse a Israel. Esa red de alianzas llega a Marruecos (Gantz acaba de visitar Rabat), algo que no es bueno para España.

Obama intentó forzar la reapertura de las negociaciones, con más discurso que obra. Le pasó lo mismo que a Bill Clinton años antes, que llegó a decir que Netanyahu era el peor hijo de puta con el que había tratado. Para el exprimer ministro israelí eso es un elogio. Hereda la visión política de su padre: crear un Israel solo para judíos en el que los palestinos no tengan otro papel que el del trabajo y la sumisión.

No quedan dirigentes judíos forjados en la independencia o en las guerras posteriores. El último era Ariel Sharon. Fue quien ordenó la salida de Gaza. No hay nadie con prestigio y autoridad para modificar el rumbo de colisión y evitar un suicidio colectivo. A esa figura se le llama el general de la retirada. Es como si lo ocurrido en Masada en el siglo I en la ocupación romana formase parte de una constelación nacional contra la que no se puede luchar.

Desaparecida la izquierda, solo se salvan las oenegés israelís de defensa de los derechos humanos e intelectuales valientes como Amira Hass, Ilan Pappe, Gideon Levy y Yossi Beilin, entre otros. Son gotas de agua en un desierto. El resto, calla y mira para otro lado, como en Europa en los años 30.

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