Opinión | El afecto en pandemia

Pau Arenós

Pau Arenós

Coordinador del canal Cata Mayor

Esos besos que no nos damos

Cuando podamos volver a besarnos y a abrazarnos habrá lloros, lágrimas en los cuellos, aunque también alivio

los amantes de René Magritte

los amantes de René Magritte

En 1928, el belga René Magritte, un hombre con sombrero, una pipa y tal vez una manzana granny smith, pintó 'Los amantes', cuatro versiones del mismo enigmático asunto: una pareja se besa pero sus bocas nunca se tocan –los labios, la carne– porque unas telas las envuelven e impiden la palpitación, el calor humano.

Escribo esto con los ojos puestos –sin tejidos ni telillas– sobre el enmarcado que posee el MoMA de Nueva York; ella, con vestido rojo sin mangas; él, con corbata y traje negro. En el techo, a nuestra derecha, una moldura propia de la habitación de un piso burgués.

En la variación que expone la National Gallery of Australia, la pareja tiene otra postura, con las cabezas juntas y mirando al pintor como si posaran para una foto. Detrás, un paisaje, un retazo de mar a lo lejos, un punto de fuga. Pese a la estática violencia de los trapos, la imagen no desasosiega, seguramente por el gesto cariñoso de las cabezas, que se alzan y no agachan, demostrando que los amantes controlan la actuación.

El grado de confianza con el otro se gradúa en las formas de acercamiento: beso en la boca, abrazo y beso en la mejilla, besos en las mejillas, encaje de manos, manos en los bolsillos, brazos en jarras o saludo alzando la palma

El trapo no los anula ni perturba –al menos, no demasiado–. En la serie de televisión 'Watchmen' (HBO Max), que se inspira en el cómic de Alan Moore, uno de los detectives, Looking Glass, se cubre la cabeza con una máscara reflectante sin hendidura para los ojos, la nariz o la boca, o no se aprecia debido a la superficie hiriente. A diferencia de los que sucede con los lienzos de Magritte, sí que transmite desazón porque invita a pensar en la asfixia. Como si alguien intentará ahogar al agente con un globo plateado.

'Los amantes' son, para mí, nuestras vidas con mascarilla. Y todos esos besos que no nos estamos dando.

El grado de confianza con el otro se gradúa en las formas de acercamiento: beso en la boca, abrazo y beso en la mejilla, besos en las mejillas, encaje de manos, manos en los bolsillos, brazos en jarras o saludo alzando la palma, que es también un alto.

Aun con los íntimos –y no convivientes– nos encontramos aprisionados en el último punto, sin saber si avanzar, sin saber qué hacer con las manos.

Ese titubeo me pasó hace unas semanas, y es algo que siento en el alma, al encontrarme con un amigo del norte al que aprecio y al que no había visto en años. Su intención fue abrazarme al estilo oso, igual que siempre habíamos hecho, y la mía, zafarme, lo que dio como resultado una situación torpe e inexplicable (intenté explicarme), actuando como esos participantes que concursan con trajes inflados que imitan a los luchadores de sumo y que al golpearse las panzas, rebotan. ¿Tendríamos que habernos achuchado como dictaba el corazón o mantener la distancia como recomiendan los médicos?

A medida que los unos y los otros nos vamos aproximando gracias a las vacunas se suceden esas situaciones extrañas, incómodas, desmoralizantes. Veo personas que se abalanzan y ejercitan un simulacro de estrujón, mascarilla mediante, con cabeceo y ósculos al aire, involuntario homenaje a aquellas señoras de cardados arquitectónicos y morros rojo pasión que besuqueaban el éter para no desmaquillarse. Yo no quiero eso: yo quiero volver a achuchar de una forma sincera.

Siempre he sido de abrazar y besar a las personas que he querido porque es una forma de transmitir el afecto, y porque hay que restringir las atenciones físicas a un número limitado e íntimo para que sean verdaderas.

Ahora soy un espantapájaros sin saber qué hacer, de qué manera moverme. Tampoco sé qué quiero que hagan los demás porque vivo la incomodidad del erizo. Sé que la contención de la conducta tendrá consecuencias futuras, que cuando podamos volver a besarnos y a abrazarnos habrá lloros, lágrimas en los cuellos, aunque también alivio.

Aunque el beso de 'Los amantes' es imposible, no lo es el intento. Sin los sudarios se podría llegar a un encaje de película, a un remate con trompetas y al 'The End' sobreimpreso: los paños desautorizan la felicidad sin fin.

Que pronto nos podamos quitar los tejidos, los trapos, los paños, los sudarios. Que este artículo sea un beso a la espera de los de verdad.

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