Pros y contras

El optimismo impertérrito de los mínimos acuerdos de Glasgow

Protestas en la COP26 de Glasgow

Protestas en la COP26 de Glasgow / REUTERS / DYLAN MARTÍNEZ

Josep Maria Fonalleras

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He seguido con interés muchas cumbres sobre el clima y aviso que sería capaz de dar una conferencia divulgativa en un centro cívico. Hablaría del calentamiento global y del objetivo de los 1'5 grados, y de los combustibles fósiles y de las tensiones geopolíticas entre países en vías de desarrollo y países ricos, entre economías emergentes y viejos continentes que ya han contaminado lo suficiente. Incluso sería capaz de participar en una tertulia. Siempre es lo mismo y, al final, ya te lo sabes. Siempre es la última oportunidad que tiene el planeta, y siempre empieza con un discurso emotivo y estimulante y termina a altas horas de la madrugada (o después de una prórroga, como en la COP26) con cuatro papelitos manuscritos y arrugados para añadir a la resolución final, como si fuera una asamblea de boy scouts.

Y a pesar del fracaso y la sensación que ya no hay nada que hacer, que vamos a morir todos escaldados o fritos, siempre hay alguien que mantiene el optimismo. Suele ser un técnico a sueldo que pide a los medios que "no reduzcan el significativo progreso conseguido". Y que hay que hacer más cosas, pero que "no todo es bla, bla, bla". Y sales de Glasglow pensando que sí, que todo es bla y bla y bla.

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