Política estatal

Un fantasma recorre España

Sin más evidencias que un puñado de sondeos, la supuesta genialidad de una cohorte de tácticos y el pánico insensato a que lo haga antes el otro y le salga bien, se ha empezado a hablar de adelanto electoral

Pablo Casado.

Pablo Casado. / EFE

Antón Losada

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No podemos aseverarla aún como una ley de la política española, pues necesitamos más tiempo y evidencias, pero sí plantearla como una hipótesis a falsear: a menos pandemia, más cuñadismo político. Cuando deja de apretar el virus, retorna esta exuberancia irracional tan hispana de cuñados metidos a estrategas políticos. Pasó en la primavera a nada que bajaron los contagios con el golpe de mano murciano y la operación ‘Vivir a la madrileña’ de Díaz Ayuso. Ahora, sin más evidencias que un puñado de sondeos, la supuesta genialidad de una cohorte de tácticos que luego no saben ni gobernar una comunidad de vecinos y el pánico insensato a que lo haga antes el otro y le salga bien, un fantasma ha comenzado a recorrer la piel de toro: el fantasma del adelanto electoral.

Ya llevábamos tiempo especulando con urgencias electorales locales, en Andalucía o Castilla-León, bajo el peregrino argumento de instalar la idea del cambio de ciclo para ganar unas generales a falta aún de dos años, municipales y autonómicas por medio. Pocas cosas han hecho más daño a la política de verdad que las dichosas teorías de los ciclos; desmentidas una y otra vez por la realidad, pero aun así repetidas como una verdad universal. El adelanto electoral portugués parece haber abierto la ventana definitiva para que el fantasma se colara  en la política estatal.

A la derecha no le hacía falta que nadie le despejase esa ventana porque lleva acampada en el balcón de las elecciones desde 2019. Lo llamativo es que los demás se hayan ido sumando a este Halloween electoral. Casualmente, todos los que salieron del Ejecutivo el verano pasado ya están invocando con gran fe al fantasma. El exgurú Iván Redondo lo hace en nombre del valor, el exvicepresidente Pablo Iglesias en nombre del cálculo. Cabe recordar que a ambos debe atribuirse el gran éxito de no ponerse de acuerdo para formar gobierno en julio de 2019, e ir a elecciones en noviembre para que los votantes les dieran la razón y acabar teniendo que pedir la hora. No son los únicos visionarios. También desde el Gobierno andan a vueltas con el ectoplasma. Yolanda Díaz a su manera, negándose a hablar pero reconociendo que existe, algunas ministras haciéndose las sorprendidas y otros poniendo cara de haber visto cosas que no creeríamos.

Hay que estar muy desconectado de la realidad o muy enganchado a las series de HBO para creer que el votante medio español anda hoy esperando ilusionado que alguien le llame a las urnas. Solo un elector muy ideologizado puede estar deseando meter la papeleta en el sobre ahora mismo, cuando buscar que las urnas te den la razón porque no estás muy seguro de tenerla se antoja el único motivo capaz de explicar acortar la legislatura. Con la pandemia al alza, las previsiones a la baja, la inflación escapando, la energía disparada, el comercio atascado y la recuperación a trompicones o al ralentí, únicamente un marciano puede andar fantaseando con unas elecciones. La gente normal anda pensando si el covid nos va a amargar las navidades, en la factura de la luz, en los precios de la cena de Nochebuena y los Reyes, en la cuesta de enero o en cómo le irá en el trabajo el año entrante. Quieren y esperan un gobierno empático que se preocupe por lo mismo, que tome decisiones en lugar de darnos terapia. Votar no resuelve los problemas. Reparte el poder para afrontarlos. La gente normal vota para que un gobierno atienda sus problemas, no para resolver los problemas de los gobiernos. Y el contrato es por cuatro años.

Visto desde fuera, ahora que Pablo Casado ha visto cómo le hacían el favor de meter en la agenda los comicios que lleva reclamando desde que perdió los anteriores, tampoco se entiende que dilapide su momento enredándose en una operación relámpago en Madrid que ha derivado en una guerra de guerrillas. Visto desde dentro se comprende perfectamente. Simplemente Casado no puede permitir que el congreso de Madrid se haga y se decida cómo, cuándo y con quién diga la misma Díaz Ayuso que acudió a València a dejar claro que le permitía ser el candidato. Si tolera ahora semejante desorden menor, cuando llegue a presidente será el caos y si no llega, será su muerte.

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