Pros y contras

El bosque oscuro

Migrantes tras la valla fronteriza en Bielorrusia, cerca del paso fronterizo de Kuznica, entre Polonia y Bielorrusia

Migrantes tras la valla fronteriza en Bielorrusia, cerca del paso fronterizo de Kuznica, entre Polonia y Bielorrusia / EFE / IREK DOROZANSKI

Emma Riverola

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“Que la guerra no me sea indiferente”, cantaba Mercedes Sosa. No, que el dolor ajeno no nos resulte extraño. Que la desesperación de los que buscan un lugar en el mundo no tope con un desierto de escepticismo. Que no seamos impasibles a las heridas abiertas por las cuchillas de la frontera. Que no miremos sin lágrimas el llanto angustiado de un niño causado por los gases lacrimógenos. Que no creamos que un bosque helado, cementerio de sueños, es el lugar que nadie merece. Que no deje de recorrernos un escalofrío ante las ropas empapadas por los cañones de agua.

No, que nunca pensemos que esas pieles no sufren el mismo dolor que las nuestras. Que sus sueños no comulgan con los nuestros. Que sus sentimientos están hechos de quincalla. Que sus hijos son menos niños, sus mayores más prescindibles, sus embarazos menos trascendentes. Que no midamos sus miedos, sus amores y sus soledades con reglas sin números, con balanzas sin contrapesos. No, que la injusticia no nos sea indiferente. Porque ese día, ese instante, seremos nosotros los que estaremos perdidos en el bosque oscuro de la deshumanización. Ahí, donde la piel ya no siente, los ojos no saben mirar y el corazón se recubre de escarcha.

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