Malestar global

Protestas

Aunque se pueda disentir de sus objetivos, se deben proteger porque los derechos de expresión, reunión y manifestación son signos externos de la salud de un régimen democrático

Un activista se manifiesta ante las puertas de la Cumbre del Clima de Glasgow, este martes.

Un activista se manifiesta ante las puertas de la Cumbre del Clima de Glasgow, este martes. / Valentina Raffio

Jorge Dezcallar

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Un estudio de la Fundación Friedrich Ebert y la Universidad de Columbia concluye que, entre 2006 y 2020, las protestas se han triplicado en el mundo desarrollado y también en los países donde prendió la Primavera Árabe, donde aún continúan en Argelia, Túnez o Sudán. Los argelinos llevan más de un año manifestándose los viernes y han conseguido la caída de Buteflika, pero todavía no la democracia que desean y que al parecer les sobra a los tunecinos, que salen a las calles a respaldar el semi-golpe de Estado dado por el propio presidente, mientras en Sudán a los manifestantes se les esfuman las posibilidades de que los militares devuelvan a los civiles el poder que les arrebataron hace un mes. 

Según este informe, las protestas (54%) en los países occidentales están vinculadas al fracaso democrático, a la frustración de los ciudadanos con el funcionamiento de sus instituciones porque saben que no controlan la política que hacen los partidos que han votado. Otros protestan contra el deterioro que sufre su nivel de vida, como consecuencia de la crisis de 2008 y de la que nos ha traído la epidemia del Covid-19, pues son ya muchos años de incertidumbre y estrecheces. Así se explica el Movimiento del 15-M, que reunió durante semanas en la Puerta del Sol de Madrid en 2011 a centenares de 'Indignados' contra las medidas de austeridad económica impuestas por Bruselas, una protesta que se extendió luego por el mundo contra el empobrecimiento general y las crecientes desigualdades. Es lo que hizo en EEUU el movimiento 'Occupy Wall Street'. En Brasil, en 2014 hubo grandes manifestaciones contra los dispendios del Mundial de Fútbol, en Francia los 'chalecos amarillos' protestaron en 2018 por la subida de los combustibles, y hoy en Catalunya protestan los jóvenes que ni tienen trabajo ni pueden independizarse y además no les dejan hacer botellones en la playa en plena pandemia. 

Hay manifestaciones políticas como la 'Revolución Naranja' de 2004, en Ucrania, contra el amaño electoral, las masivas contra la corrupción en Venezuela, las contrarias a la detención de Navalny en Rusia o la deriva autoritaria del Gobierno polaco. Otras revelan indignación ciudadana ante la insania criminal como las masivas contra el asesinato por ETA, de Miguel Ángel Blanco o contra los ataques terroristas del 11-M, en Madrid. En EEUU hubo numerosas manifestaciones el año pasado contra el racismo ('Black lives matter'), después de que George Floyd perdiera la vida como consecuencia de la brutalidad policial, y el pasado enero hemos asistido, atónitos, a una manifestación que en nombre de la democracia (?) asaltó el Capitolio, que es precisamente la sede de la democracia. Estos días ha habido manifestaciones en Glasgow para exigir medidas eficaces, generales, obligatorias e inmediatas para combatir el cambio climático, mientras, de forma menos explicable, Trieste se ha convertido en el centro de la protesta contra la obligatoriedad de la vacuna del Covid, en un momento en que Europa es el centro mundial de nuevas infecciones (60% del total registrado), que mataron a 24.000 europeos la semana pasada, la gran mayoría gente no vacunada. 

Aunque se pueda disentir de sus objetivos, estas protestas se deben proteger porque los derechos de expresión, reunión y manifestación son signos externos de la salud de un régimen democrático (en China no hay manifestantes y los de los paraguas de Hong Kong han acabado silenciados o en la cárcel), que también exige que el civismo y la no violencia imperen en su desarrollo, cosa que no siempre ocurre porque, según el informe antes citado, un 20% de las manifestaciones estudiadas fueron violentas (curiosamente en el 25%, un porcentaje mayor, también hubo violencia policial). Sería igualmente útil que los propios manifestantes fueran conscientes de lo fácil que resulta su manipulación.

El informe concluye que vivimos un momento de protestas similar a los que tuvieron lugar en los años 1848, 1917 y 1968, “cuando multitudes se rebelaron contra el estado de las cosas pidiendo cambios”. Si así fuera, cosa que ignoro, estaríamos en la antesala de movimientos revolucionarios de mayor alcance, como los que ocurrieron en aquellos años. Serían como esos pequeños terremotos que hoy alimentan las explosiones de magma y cenizas del volcán de Cumbre Vieja, en la isla de La Palma.

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