Las fronteras indignas
Atender a esos pocos miles de personas con un mínimo de dignidad debería ser la prioridad, antes de lanzarnos a financiar el muro que reclama un Gobierno xenófobo en Varsovia
Rafael Vilasanjuan
Periodista
Rafael Vilasanjuan
Es humanamente inaceptable. Por un momento miremos las caras de desesperación, las huellas del dolor que revelan las imágenes en la frontera entre Polonia y Bielorrusia. Son niños y adultos que nos descubren la angustia de vivir sin horizonte, perseguidos y acosados de nuevo cuando pensaban que la violencia empezaba a quedar atrás. Víctimas de engaño y traición, han perdido su capital, económico y humano, para quedar atrapados en el limbo entre un país que les desprecia y una Europa insensible al sufrimiento. El temor, el mismo que generó la afluencia de los refugiados sirios en 2015, regresa a línea donde empieza la Unión. Lituania y Polonia cierran fronteras y niegan el acceso a las organizaciones de ayuda. Vuelven las concertinas y los discursos que hablan de una amenaza apocalíptica, aunque ahora los que están al otro lado de esa línea no llegarían a llenar un pabellón polideportivo si los pusiéramos juntos. ¿Hemos aprendido algo?
Miremos esas caras que emergen entre la bruma polar y veamos el sufrimiento en cada una de ellas, para preguntaros qué no haríamos si fueran nuestros hijos, nuestros padres o hermanos. ¿Cuál es el riesgo de una respuesta humana digna, antes de volver a instalar alambradas? Atender a esos pocos miles de personas con un mínimo de dignidad debería ser la prioridad, antes de lanzarnos a financiar el muro que reclama un Gobierno xenófobo en Varsovia. Dejemos de enfocar al abyecto presidente bielorruso, Alexsándr Lukashenko y a su socio ruso, Vladimir Putin. Amenazan con algo tan vil como el tráfico de personas, algo similar a lo que hacen desde el sur Marruecos, Libia o Turquía. Sin un marco común legal de posibilidades, la inmigración seguirá siendo el punto más vulnerable para quienes quieren provocar a Europa. Pero dejar a miles de personas sin posibilidad de avanzar ni retroceder, esclavizados en el limbo, es humanamente inaceptable y la responsabilidad no es solo del que provoca, también de quien responde con una frontera indigna.
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