Catalunya desde Euskadi
Decía Indalecio Prieto que solo los partidos con historia tienen capacidad para cambiar la historia. ¿Quiénes son estos partidos clave, en Catalunya? La respuesta no ofrece dudas, Esquerra y los socialistas
Jesús Eguiguren
Expresidente del PSE/PSOE.
Jesús Eguiguren
Habrán pasado ya 30 años desde que me hicieron una entrevista en la televisión catalana, no sé en cuál de ellas, y me preguntaron sobre los problemas de independencia que planteaba Euskadi. Mi respuesta fue que esos problemas no vendrían de Euskadi sino de Catalunya. En aquel entonces no había razones para pensar en eso, ¿por qué lo dije?, no lo sé muy bien. Creo que fue porque en mis relaciones con políticos catalanes, mayormente socialistas, intuía que Catalunya carecía de contrapesos al nacionalismo. No en el terreno electoral sino en el terreno ideológico o de formas de pensar.
Pero esto no deja de ser una anécdota. La realidad es que desde el País Vasco veíamos a Catalunya como un modelo. El nacionalismo era más moderado que el vasco, el socialismo más catalanista, mientras el vasco no era vasquista y la sociedad catalana nos parecía más homogénea y unida que la vasca. Era el paraíso catalán frente a la dividida y aterrorizada sociedad vasca. En cambio hoy, cuando miramos a Catalunya, se nos aparece como una pesadilla que nos recuerda al País Vasco de la Transición. El lenguaje es el mismo: autodeterminación, derecho a decidir, presos, amnistía, deslegitimación de la Constitución y todo lo español, y lo más grave: intuimos que, como ocurrió en Euskadi, se ha roto el consenso básico compartido por todos que hace posible la convivencia, sin que se llegue a considerar a una parte de los ciudadanos como legitimados para decidir el futuro del país.
¿Cómo ha podido ocurrir este cambio?¿Cuándo se produjo? ¿Quiénes son los culpables? No voy a perder el tiempo en responder a estas cuestiones que no llevan a ninguna parte. El motivo de este artículo era el de dar mi opinión sobre una posible salida y no caer en el terreno partidista de los reproches. Y cuando hablo de salida no me refiero a la fórmula del acuerdo final, que si la hay será un acuerdo político sometido a referéndum, sino a la fórmula para llegar a ese acuerdo.
Soy pesimista sobre la mesa Esquerra /Gobierno, sobre la mesa de diálogo que existe ya en el Parlamento, si no se modifican algunos elementos de la política catalana actual. En primer lugar, convendría ser conscientes de quiénes pueden cambiar la política catalana. Decía Indalecio Prieto que solo los partidos con historia tienen capacidad para cambiar la historia. Todos los partidos son respetables, pero solo en torno a los que tienen historia pueden juntarse las fuerzas de la sociedad capaces de romper con las inercias que paralizan a un país y empezar a construir un futuro distinto. Para no entrar en disquisiciones teóricas basta con observar las sociedades y países que forman Europa. ¿Quiénes son estos partidos clave, en Catalunya? La respuesta no ofrece dudas, Esquerra y los socialistas. Con decir esto soy consciente de que no aporto ninguna solución. Paso por tanto al segundo cambio necesario.
El problema de Catalunya es que carece de un partido con la fuerza y claridad política suficiente, que sin estar condicionado por sus rivales, pueda marcar el camino del futuro e introducir una dinámica que ponga a trabajar a los partidos históricos. Hay un partido que necesita hacer su Bad Godesberg y este partido es Esquerra Republicana. Me atrevería a decir más, todos los mecanismos de diálogo que se pongan en marcha difícilmente darán resultado si antes o paralelamente Esquerra no hace su Bad Godesberg. Es decir, una clarificación política, y un proyecto que no esté sometido ni influido por otros partidos. Esa clarificación hace, a su vez, que crezcan sus apoyos electorales, aumentando la distancia con los partidos rivales y colocándolo en la posición de pactar con partidos no nacionalistas, del que pasarán a ser aliados o colaboradores y pudiendo así cambiar todo el panorama político.
Cuando miramos a Catalunya, vemos con simpatía a Esquerra, pero observamos que es como un junco que se mueve al albur de las brisas y vientos que soplan. Es buena la flexibilidad del junco cuando no hay problemas, pero para sostener un país hace falta la solidez del roble que tanto nos gusta a los vascos.
Todo partido que es hegemónico o dirige un país ha pasado por ese proceso. La socialdemocracia alemana rompió sus limitaciones cuando hizo su Bad Godesberg. El socialismo español cuando Felipe planteó el problema del marxismo, o, más cerca el PNV, cuando Arzallus pronunció el discurso de Arriaga. Nadie renunció a sus objetivos pero pusieron a sus partidos en condiciones de romper con los maximalismos que les impedía dirigir un país. No dudo de que Esquerra, en un momento dado, dará ese paso, pero cuanto antes lo haga antes se empezará a buscar, no la solución, pero sí un acuerdo político refrendado que convierta el conflicto en problema y más adelante el problema en la cuestión. La cuestión catalana, que habría que inventarla si no existiera. Mientras tanto, quedamos a la espera de poder mirar a Catalunya como la mirábamos antes, con simpatía y algo de envidia.
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