BARRACA Y TANGANA

Huida hacia delante

Si acepto todas las mierdas de la vida adulta sin quejarme, entonces por qué todavía sufro por el fútbol como si fuera 1993 y tuviera diez años

Koke trata de cortar un pase de Bouchalakis ante Gavi.

Koke trata de cortar un pase de Bouchalakis ante Gavi. / Georgia Panagopoulou / Efe

Enrique Ballester

Enrique Ballester

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Estaba yo tan tranquilo viendo ganar a España en Grecia cuando de repente me asaltaron todos los miedos. Miedo a que nos empataran en una jugada estúpida y desgraciada, miedo a perder luego contra Suecia en la última jornada y miedo a caer en la repesca y quedar fuera del Mundial por primera vez en varias décadas. Pronto pasé también del miedo al pánico: pánico a que mi hijo se desenganchara del fútbol por la ausencia de España en el próximo Mundial. Estaba yo tan tranquilo hasta que me puse nervioso, quiero decir, sin poder evitarlo. Estaba yo tan tranquilo y me cogieron de la mano. Estaba yo tan tranquilo hasta que dejé de estarlo, por la tontería del fútbol, como tantas veces me ha pasado.

Y por qué. Yo pensaba que de adulto estas taras se curaban, pero resulta que no. Resulta que acepto todas las mierdas de la vida adulta y así me lo pagan. Acepto eso de trabajar, de madrugar y de ser responsable, vale, acepto incluso lo de envejecer y estar pagando cosas constantemente, acepto lo de salir de fiesta una vez al trimestre y necesitar una semana para recuperarme. Lo acepto todo con sentido del deber y sin quejarme, pero entonces por qué todavía me sale algún grano de vez en cuando, como si estuviera en la pubertad, entonces por qué me sigue dando vergüenza conocer gente y entonces, y sobre todo, por qué de golpe sufro por el fútbol como si fuera 1993 y tuviera aún diez años.

'Emosido' engañado.

No sé si esto me ocurre solo a mí o es algo común y la gente disimula, y eso que llaman madurez directamente no existe. Igual nadie sabe nada y solo existen las huidas hacia delante. Igual lo importante es que parezca que sabes.

"Todo controlado"

Lo importante es la actitud, eso parece. La última vez que fui al fútbol, un rival se quitó la pelota de encima tras un córner. Fue el típico despeje que no se escapa fuera de banda, pero tampoco se marcha por la línea de fondo. El típico despeje en apariencia inocente que puede complicarse. En la cobertura, nuestro defensa tenía toda la ventaja del mundo, alrededor de 30 metros de margen. A lo lejos vimos a un delantero del equipo contrario que aceleraba como un búfalo, pero nuestro defensa mantenía la calma, acercándose a la pelota silbando, despreocupadísimo y al trote. En la grada en cambio crecía el murmullo, pero nuestro defensa seguía a lo suyo. En la grada medraba el runrún de 'cuidao, que aún la liaremos', pero nuestro defensa destilaba la actitud adecuada, en plan 'tranquilos que sé lo que hago, lo tengo todo controlado'.

Pasó un segundo y luego otro, y luego tres o cuatro y cada vez con menos margen. El rival estaba cada vez más cerca y la pelota cada vez más orillada, en zona peligrosa, pero nuestro defensa ni se inmutaba. Nuestro defensa esperó a tener pegado al rival, justo enfrente, para despejar groseramente a saque de banda, que casi saca la pelota del estadio. Lo que sí sacó en la grada fue incredulidad y carcajada. Nos quedamos todos mirándonos los unos a los otros, como diciéndonos 'para esto, no sé', si tenía media hora de margen, podría haber hecho otra cosa, podría haber despejado antes, podría haber ido más rápido... cómo ha acabado así la jugada si sabía lo que estaba haciendo, si lo tenía todo controlado.

Eso pensamos, pero no. Solo lo parecía. Tenía la actitud. Tenía la única solución adulta que conocemos a nuestros miedos y a nuestros males: la patada/huida hacia delante.

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