Nómadas y viajantes
Un demonio acecha a Francia
Aunque aún no ha anunciado su candidatura oficial, Zemmour ya ocupa el segundo puesto en las encuestas, detrás de Emmanuel Macron
Ramón Lobo
Periodista
Periodista
Lo que sucede en Francia con Éric Zemmour pasa de alguna manera en España con Isabel Díaz Ayuso, entregada a la construcción de su personaje nacional. Es un trumpismo que surge de la banalidad y la mentira como motores ideológicos, apoyados por un enjambre de medios de comunicación irresponsables que solo buscan poder, ratings y dinero.
Zemmour ha saltado en unos meses del anonimato a ser una celebridad nacional. Lo ocurrido demuestra lo fácil que es construir un monstruo. Basta un empresario sin escrúpulos como Vincent Bolloré, dueño de Vivendi y de CNews --un émulo de Rupert Murdoch--, que regale una pista de despegue al disparate para lograr que todo el país hable de un polemista de 63 años que ha adelantado por la derecha a la extrema derecha de Marine Le Pen.
Aunque aún no ha anunciado su candidatura oficial, Zemmour ya ocupa el segundo puesto en las encuestas, detrás de Emmanuel Macron. La primera vuelta de las elecciones presidenciales será el 10 de abril de 2022; la segunda, entre los dos más votados, el 24 del mismo mes. El neófito ha descolocado a la derecha tradicional y a Le Pen, que había moderado el discurso para incrementar sus opciones de llegar al Elíseo. El hueco lo ha llenado un fanático peligroso.
Radicalismo político
La extrema derecha francesa había basado su discurso en un radicalismo político, un cóctel entre nacionalismo y chauvinismo, además de un ataque permanente a la migración. No cuestiona los derechos de los homosexuales. Sus obsesiones son políticas, no de género.
La diferencia es que Zemmour representa una extrema derecha antiabortista, defensora de la familia tradicional y anti UE. Sitúa a los musulmanes en el centro de sus diatribas. Sostiene que Francia está en peligro de sucumbir al islam. Asegura que existe una invasión que trata de sustituir la población original por otra que impone sus creencias y costumbres. Es la tesis de Sumisión, la novela de Houellebecq, pero Zemmour lo vive como un hecho, no como una ficción.
Su discurso ha provocado un fuerte rechazo, algo que le beneficia, todo el mundo habla de él: los medios tradicionales, sus rivales y las redes sociales. Es una bola que se retroalimenta en una sociedad que repite lo que escucha sin pensar. Sucedió con la irrupción de Trump, antes de que ganara las elecciones de 2016. Nadie creyó que un tipo disparatado, sin sustancia ni experiencia política, pudiese llegar a presidente de EEUU. Estamos advertidos.
Las encuestas solo son una señal de alarma, aún falta que se confirmen en las urnas. Lo grave es que el discurso extremado ha contaminado a los demás candidatos. La derecha gaullista, la de Sarkozy, promete mano dura con la inmigración, incluso un referéndum. Dos europeístas como Michel Barnier y Valérie Pécresse, ambos moderados, proponen cambios legales para que la Constitución francesa esté por encima de las leyes de la UE. ¿No suena esto a Polonia? Incluso el presunto socialista Arnaud Montebourg propone que Francia deje de dar dinero a aquellos países que no acepten el reenvío de sus migrantes.
Líneas rojas
El polemista ha cruzado todas las líneas rojas, incluso la de Pétain, el mariscal colaboracionista que apoyó a Hitler y envió a cientos de miles de judíos franceses a los campos de exterminio. En un mundo de posverdad, uno puede ser judío como Zemmour y defender a Pétain como figura enfrentada al libertador De Gaulle, y decir que existen judíos buenos y judíos malos.
En el mundo líquido nadie pide coherencia ni cordura, solo que le ofrezcan respuestas sencillas y le señalen los enemigos. Son tiempos agitados por cambios radicales que generan inquietud. La revolución tecnológica suprimirá millones de puestos de trabajo pero generará otros para los que aún no estamos capacitados. El universo blanco y cristiano pierde su dominio en favor de otro multicultural que demanda acción para revertir la catástrofe climática. Es fácil que los discursos simplistas tengan éxito entre gente asustada.
El papel de los medios y de las redes es crucial en la difusión de bulos y extremismos. Hemos contribuido a la desaparición de la verdad como motor de la política. Sin verdad no es posible la democracia.
En España sucede con Ayuso, un personaje simplón que coquetea con el electorado franquista de VOX y los postulados más conservadores que cuestionan la leyes del aborto, matrimonio igualitario, derechos LGTBI y eutanasia. Las televisiones airean sus andanzas y ocurrencias sin críticas a su gestión. Aún no es Zemmour, y puede que nunca lo sea, pero el camino ya está despejado.
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