Remodelar por remodelar

Interiores obsolescentes

La fiebre de reformas parece un derroche absurdo en una carrera hacia ninguna parte

Restaurante Flash Flash. Calle Granada del Penedès.

Restaurante Flash Flash. Calle Granada del Penedès.

Juli Capella

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La voracidad en la reforma de los interiores de tiendas es cruel. Nos quejamos de que muchos comercios históricos hayan sucumbido tras el aumento del alquiler, pero es un bajo porcentaje respecto a los que renuevan su aspecto tan solo por ser más atractivos. Depende mucho de cada sector, pero en la moda, las tiendas no pasan de los 15 años sin una reforma integral.

Otro sector aún más efímero es el hotelero. Los baños se cambian de promedio antes de los siete años. Y el interior de las habitaciones no suele llegar a 10. Pero lo curioso es que, según un estudio, tan solo la mitad lo hacen por obsolescencia, es decir, desgaste o malfunción. Otro 24% por aumentar el confort, y un 20% tan solo por cambiar la estética. Actualmente, debido a una guerra comercial en la que el cliente prefiere estrenar habitaciones y elige las opciones más recientes. La fecha de reforma es clave en todos los buscadores, nadie quiere quedar demodé.

Los restaurantes suelen ofrecer una mayor tendencia a durar. A menudo, su propia decoración es parte consustancial del negocio y un referente para atraer al cliente. Pero, aun y así, también resulta extraño que conserven su fisonomía por más de un par de décadas. Por otro lado, tres de cada cuatro acaban cerrando, lo que suele implicar un ‘lifting’ más o menos intenso para el nuevo dueño. El reciente 50º aniversario del Flash Flash en Barcelona, prácticamente idéntico en su interiorismo, es un caso realmente curioso. Si funciona bien, ¿por qué cambiarlo?

En muchos objetos electrónicos la caducidad está programada, fallan adrede. En un interior el cambio no suele obedecer a ninguna necesidad. Es más bien una presión mediática por la novedad, pero cuyo recambio puede ser incluso peor. Pasa a menudo. Esta falsa necesidad de mutación acelerada es una mala noticia. Aunque seguro que alguien dirá que esta espiral ‘efimerizante’ es positiva, pues da trabajo a diseñadores, constructoras y clientes. Más bien parece un derroche absurdo en una carrera hacia ninguna parte.

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