Del Black Friday al cuento de la lechera

Como sociedad, seguimos en el alambre de la cohesión, y hemos de gestionar la ilusión y la sensatez como malabaristas ante la tentación de una euforia consumista.

abeto navideño horizontal

abeto navideño horizontal / Seoyeon Choi | Unsplash

Carol Álvarez

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La fiebre consumista se ha instalado entre nosotros combinada, peligrosamente, con un peculiar remake del cuento de la lechera. El cóctel va cargado de emoción, la que causa dejar atrás lo peor de la pesadilla del covid, que solo ha dejado huellas visibles en las mascarillas que aún llevamos. Las invisibles, los muertos y el dolor y la angustia que llevamos por dentro, se arrinconan mejor o peor ante el chute de excitación que inunda el día a día.

La Navidad ha llegado este año antes que el encendido de las luces: el miedo al desabastecimiento de regalos y de productos en general propios de las fechas nos ha puesto a todos en alerta y ha adelantado compras y reservas. Madrid lucirá 18 metros de árbol de Navidad, el más alto de Europa junto al de Bruselas, toda una declaración de intenciones de un mantra navideño que proclama que ahora, lo que toca, es gastar y ser felices. Amazon y las grandes empresas también han cambiado dinámicas comerciales y de producción para acelerar sus ritmos, y en contrapartida, la huelga de transportistas anunciada para días antes de la Navidad puede no ser la única que altere unas fechas, tradicionalmente, de sota-caballo-rey.

El consumo de los hogares es uno de los indicadores de bienestar, y es esencial para empujar la rueda de la actividad económica. Muchas familias pudieron ahorrar en la pandemia con las restricciones de viajes, restaurantes y actividad en general. Pero también se extendió peligrosamente la pobreza, aumentando la brecha a unos índices insospechados. Este 2021 se esperaban malos resultados, pero no tanto. Los dos indicadores que miden la pobreza se mueven entre el 21,7% y el 26,3% de la población, y los más vulnerables están en la diana: niños, ancianos y mujeres. Como sociedad, seguimos en el alambre de la cohesión.

Ahora, el parloteo de las negociaciones de los Presupuestos suena a zoco y llena el aire de promesas de partidas: 749 millones para políticas de vivienda en las cuentas catalanas,  ayudas extraordinarias a las familias que reciben el impacto de la violencia de género, inversiones destinadas a construcción de ambulatorios largamente reclamados en el área metropolitana. El Gobierno no se queda corto. Ha presupuestado 200 millones para el bono de apoyo al alquiler de 250 euros al mes para jóvenes de menos de 35 años con trabajo que no les da un salario anual suficiente. La lista es larga, y aunque sabemos que de lo presupuestado a lo ejecutado siempre hay un gran trecho, solo ahora empezamos a vislumbrar que esa brecha puede ser mucho más grande, si los fondos europeos que han de actuar como maná llegan tan condicionados y limitados a medidas impopulares que el Gobierno de Sánchez aseguró que no acometería. De hecho, el presupuesto del Govern se fundamenta especialmente en los fondos ‘Next Generation’, y eso le permite trazar un plan para recuperar años de inversión perdida en infraestructuras públicas.

Para que la tan ansiada recuperación, basada en cálculos con márgenes de error muy amplios, sea una certeza hemos de gestionar con más tiento que nunca la ilusión y la sensatez, como malabaristas de las emociones. El estímulo al gasto no puede convertirse en pan de hoy y hambre de mañana, y una euforia consumista ante el Black Friday y la Navidad podría arrojarnos a un invierno de descontento que nos reserve, para después de los Reyes Magos, carros y carros de carbón del que nadie ya quiere saber nada. 

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