Guerra interna

Ayuso feroz

Vivimos en una partitocracia representativa y eso significa que el que manda en los partidos es el que manda de verdad. Nosotros ahí no pintamos nada.

Díaz Ayuso     David Castro

Díaz Ayuso David Castro / David Castro

Juan Soto Ivars

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Cuando Isabel Díaz Ayuso empezó a reclamar la presidencia del PP de Madrid, tuve que buscar en Google al actual presidente del PP de Madrid, porque ni dedicándome a esto y estando, más por obligación que por gusto, al día de los cromos, recordaba yo quién ocupaba el cargo. La primera pregunta que uno se hace en ese momento de zozobra es por qué Ayuso desea con tanta voracidad un puesto tan poco glamuroso como para que lo ocupe Pío García-Escudero. Si ya tiene agarrada por los cuernos la Comunidad de Madrid tras golear unas elecciones que se prometían disputadas; si es la musa absoluta de la derecha española, que le canta boleros desde los balcones y los micrófonos, ¿para qué?

La respuesta simple es que el poder no siempre está donde parece. Hay cargos para lucirse en 'El Hormiguero', cargos para gobernar los destinos de unos cuantos millones de ciudadanos, y otros, más discretos, para elegir con el dedo a quien se lucirá: para conformar ejércitos. La gente que desea poder necesita aliados que vayan donde señale su dedo índice, y esto es algo de lo que carece Ayuso en el partido. Me la imagino levantando cada mañana el dedito ante el espejo y creyendo que está obligando al día a comenzar. El licor del poder, decía el Rey Sol en la carta a su hijo, embriaga más que a nadie a los espíritus mediocres, que se elevan a muchos metros de sí mismos. Hoy Casado entiende el error que cometió con Ayuso, como Artur Mas comprendió, tarde, el error que cometió con Puigdemont.

Gobernar la Comunidad con el partido no es lo mismo que gobernar el partido de la Comunidad. 37 diputados del Congreso salen de Madrid, la región más rica de España, el hogar de ministerios e instituciones, la privilegiada: son dos más de los que logró Unidas Podemos en las últimas elecciones, lo que convierte a la Comunidad en el feudo más valioso del PP, y al presidente regional del partido en una figura de influencia descomunal. Como vino a decir José Antonio Zarzalejos, si Ayuso logra subir por los peldaños de esa oficina gris, entonces su poder orgánico será demasiado grande para que la actual cúpula del PP pueda permitirse dormir tranquila. Vivimos en una partitocracia representativa y eso significa que el que manda en los partidos es el que manda de verdad. Nosotros ahí no pintamos nada. Y Ayuso siempre ha dejado claro que le gusta mucho mandar.

El pupilo de Aznar tiene delante un futuro negro. No puede permitirse no gobernar en la próxima legislatura: será destruido si fracasa. Sabe que es un candidato que no le gusta a nadie, sabe que solo está en la dirección del PP porque el PP temía demasiado a Soraya, y sabe que solo puede ganar dejando que Sánchez se queme, porque no tiene carisma, ni magnetismo, ni encanto. Casado es, como Ayuso, como Sánchez, un espíritu mediocre que necesita el poder para existir. En la pugna por el poder transcurre la legislatura, con una campaña electoral anticipada que arrancó en cuanto Iglesias y Sánchez se dieron la mano, que se intensificó con los tránsfugas, los indultos y los comicios madrileños, y que no ha conocido más paréntesis que las primeras semanas de la pandemia.

La oposición del PP ha sido tan cerril como el tratamiento que Sánchez les ha dedicado. Puede que me traicione el adanismo, pero no recuerdo otra legislatura en la que se haya hablado tanto, y desde tan pronto, de las próximas elecciones, como si no hubiera más presente que el futuro, como si no hubiera más posición que la que aspiran a ocupar. Para entender los movimientos de Ayuso hay que pensar, por tanto, en este horizonte.

El partido desconfía de ella porque el partido es su cúpula y sus barones: gente situada en posiciones donde el poder es regional y sensible a los desequilibrios, o si no que se lo pregunten a Susana Díaz. Madrid siempre ha sido la mina de oro del PP y el máximo quebradero de cabeza para Génova. Temen a Ayuso tanto como temieron a Aguirre, quizás más en tanto que Ayuso es lo contrario que Martínez Almeida: imprevisible. Habrá una pugna entre ambos, y será una guerra sucia. Me juego el cuello a que las filtraciones de trapos sucios, cantadas por los peones de la prensa afín a cada bando, están al caer. ¿Os acordáis de Cifuentes?

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