Libertad es escoger cómo movernos por la ciudad
Las instituciones tienen que dotar a las ciudades de la infraestructura necesaria para lograr un desarrollo sostenible
Elisenda Alamany
Presidenta del Grupo Municipal de ERC en el Ayuntamiento de Barcelona.
Presidenta del Grupo Municipal de ERC en el Ayuntamiento de Barcelona.
Elisenda Alamany
Esta semana se celebra en Glasgow la cumbre del clima (COP26), pocos días después del Día Mundial de las Ciudades. Dos celebraciones en la agenda que se miran cara a cara porque las ciudades son clave para la implementación de las agendas globales.
En este contexto, ciudades como Barcelona viven hoy en día dos pulsiones antagónicas: quienes se aferran a un pasado de cruceros, coches y polución ante quienes exigimos un nuevo futuro. Algunos optimistas dijeron que aprenderíamos muchas cosas con la pandemia, pero los viejos hábitos siguen entre nosotros. Después de que todos hayamos vivido en primera persona los impactos de la crisis del covid, algunos pretenden hacer ver que no ha pasado nada y que las recetas antiguas sirven para gobernar hoy. Afortunadamente, también vemos una creciente preocupación ciudadana por el uso del espacio público, por la contaminación y la oposición a un modelo económico viejo y caduco. La muestra más evidente fue la oposición ciudadana a la propuesta de Aena de ampliación del aeropuerto de El Prat; las iniciativas que defienden el derecho de todos a vivir la ciudad y rutas seguras en las escuelas, como la del Bicibús; las que ponen en el centro la calidad del aire como Eixample Respira; las propuestas de redes de mujeres urbanistas del Mediterráneo que alertan de diseños caducos de nuestras ciudades, etcétera. Propuestas que dibujan y conectan con una nueva Barcelona.
Barcelona tiene retos de movilidad que van más allá de quienes viven en ella, hacen falta alternativas útiles al coche privado
Estos son nuevos actores de ciudad y metropolitanos que piden una renovación de la agenda política ligada al diseño urbanístico y la movilidad y que nos exigen pensar cómo tienen que ser las ciudades en el siglo XXI. Nuevos actores de una nueva Barcelona que reclaman referentes institucionales que ofrezcan nuevas respuestas para adaptar y preparar mejor nuestra ciudad a los nuevos tiempos. En este sentido nos tenemos que preguntar si el diseño de nuestras ciudades y del país están orientados a los objetivos de desarrollo sostenible. Si estamos orientados a tener unas ciudades más seguras, sostenibles y eficientes. No solo si estamos de acuerdo con los hitos globales, sino si tenemos la infraestructura para hacerlos posibles o un plan para orientarnos. En este punto habría que definir cuál es el modelo de ciudad para el siglo XXI, cómo tiene que ser la Barcelona del futuro. Y aquí, un pilar urbanístico, de movilidad, de seguridad y también de desarrollo económico sostenible es muy claro: hay que redistribuir los usos del espacio público y poner la ciudadanía en el centro.
Las instituciones tienen que liderar los cambios que ya se están produciendo en la ciudad. En poco tiempo el parque de vehículos en Barcelona ha disminuido notablemente y bicicletas y patinetes conjuntamente están a punto de superar al coche por primera vez. La ciudadanía se mueve en metro, en autobús y a pie, más que en coche. Y el desarrollo económico sostenible se confirma vinculado a las intervenciones de pacificación del espacio público. Ahora bien, la ciudad tiene retos de movilidad que van más allá de quienes viven en Barcelona y con una perspectiva metropolitana es evidente que hacen falta alternativas útiles y eficaces si queremos competir con el uso del vehículo privado.
No se trata de pedir que todo el mundo se defina como ecologista; hablemos de una agenda de futuro. La libertad en el siglo XXI no es solo poder tener un coche, sino sobre todo que la gente pueda escoger cómo desplazarse. Para conseguir este objetivo, las instituciones tienen que pasar de los deseos a la infraestructura necesaria. No es un capricho, las nuevas generaciones nos piden que miremos al futuro con ambición.
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