Gurús y comunicólogos políticos, los nuevos 'Rasputines'
Elevan la demoscopia a verdad permanente y absoluta y reducen la batalla política a la capacidad de sorprender, impactar o descolocar el adversario en pro de un hipotético beneficio de las siglas o líderes para quienes trabajan
Joan Tardà
Exdiputado de ERC.
Joan Tardà
Hace unas semanas compartí con un grupo de docentes una conversación sobre la enseñanza en secundaria. Cuatro temas despertaron interés: la situación que sufrían los interinos, la poca presencia de la lengua catalana, el papeleo "inútil" y la escasa complicidad que recibían de las familias. Una persona añadió la poca ayuda de los inspectores, que a menudo rehuían encarar los problemas. Uno de los interlocutores soltó: “Cómo quieres que se impliquen si la mayoría son desertores de las aulas”. Sorprendentemente, hace unos días volví a oír el término 'deserción' atribuido a los comunicólogos y asesores políticos. En este caso, como desertores de la cultura política acuñada por los colectivos de hombres y mujeres que, al compartir un ideario, protagonizan la vida de las organizaciones políticas.
Efectivamente, estos gurús, Iván Redondo tal vez aquí y ahora es el ejemplo paradigmático, elevando la demoscopia a verdad permanente y absoluta, reducen la batalla política a la capacidad de sorprender, impactar o descolocar el adversario en pro de un hipotético beneficio de las siglas o líderes para quienes trabajan. Conseguir este objetivo los obliga a incorporar en los relatos la conversión de las contradicciones internas en oportunidad, argumentos sesgados y una dosis suficiente de cinismo para hacer olvidar compromisos anteriores. Todo ello apoyado en el convencimiento de que la palabra dada públicamente, hoy, compite a la vez con noticias falsas y es susceptible de caducar de manera tan vertiginosa como en estado de confusión informativa permanece a menudo el ciudadano. Evidentemente, de todo esto, se desprende el empobrecimiento del debate colectivo de las ideas protagonizado por los correligionarios de las organizaciones políticas.
Justo es decir que esta irrupción tampoco se entendería sin el rol de los especialistas en comunicación, que desde los partidos políticos mantienen un 'tour de force' con otros profesionales que ejercen el oficio en las redacciones de los medios. Desde un lado y el otro se mantiene un pulso permanente: los unos intentando 'venderles' sus productos, los otros intentando condicionar o mantenerse en el competitivo mercado comunicativo. El trasiego de información entre las partes responde a todo tipo de intereses compartidos, en modo de favores, filtraciones, ataques, traiciones, que, si bien a menudo van más allá de las afinidades ideológicas entre el medio y el sujeto político, retroalimentan el rol de los protagonistas.
En todo caso, comunicólogos y asesores han convertido en título de excelencia profesional el desprecio del debate ideológico de igual manera que la praxis periodística también se ha sumado a ello a través de una mirada alejada del papel de los colectivos. Un ejemplo de todo esto ha sido el debate sobre el proyecto de Aena para el aeropuerto del Prat. Al menos, en cuanto a ERC.
Efectivamente, durante meses se ha explicado a la sociedad catalana cómo y de qué manera la Generalitat encaraba la ampliación, remarcando la existencia o inexistencia de un acuerdo entre republicanos, Junts per Catalunya y Madrid, de igual manera que plumas distinguidas del ramo interpretaban los rifirrafes o las complicidades entre las cúpulas empresariales, partidistas y gubernamentales. Incluso se analizaban semióticamente silencios, aplausos y miradas de reojo entre los miembros del Govern.
En cambio, ningún analista se preguntó qué pensaban los miembros de ERC. Es más, extrañaba que casi nadie se preguntara si la razón por la cual el Govern de Catalunya no se pronunciaba de manera categórica tenía que ver con el hecho de que el debate en el interior de los partidos no había concluido.
Lo cierto es que la inexistencia de esta pregunta denota cómo ha ido cuajando una cultura política comunicativa al dictado de una minoría, ante la cual resiste (al menos en el republicanismo) otra tradición política basada en el protagonismo colectivo. Por eso, hasta el mes de octubre ERC no concluyó el debate interno. Reforzado por el Consell Nacional: compromiso de rechazar cualquier proyecto que suponga un incremento global de emisiones, el traspaso de las instalaciones, la inalterabilidad de los espacios protegidos, el mantenimiento de las pistas segregadas, la interconexión con los otros aeropuertos catalanes, así como la eliminación de los vuelos continentales de radio corto y promover la sustitución por trayectos ferroviarios, apostando especialmente por una recuperación de los trayectos nocturnos en todo el continente europeo.
Cuando reaparezca el debate del aeropuerto, los gurús del momento tendrán que ir a buscar, al menos en cuanto a ERC, el posicionamiento producto de la destilación de las inteligencias de los afiliados. En definitiva, poco espacio para los 'Rasputines'.
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